Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Cartas en el fondo de un cajón

Ilustracion Cartas en el fondo de un cajón

Por Jonatan Frías 

Carta uno

21 de junio

Cuando la soledad me sobreviene, aparece reinante, sostenido, el aire marginado de tu aliento. Se esparce como bruma o viento entre buganvilias vivas y maduras. Me rodea con sus brazos sobre los cuales trepo igual que un niño. Te dejo crecer en mí sin más maceta que mi cuerpo de árbol roto. Voces de aves atrapadas en mi garganta gritan harapos de ceniza y tropiezan con tu lengua de mar desnudo. Acudo a tu recuerdo en las noches de infancia dolorida, en el estrepitoso presentimiento que puebla el mundo mudo que construye mi almohada: silenciador de llantos escogidos. Apareces ahí en forma de ungüento mágico y te frotas en mi piel áspera y frágil de vidrio lunes. ¿Cómo no amarte en este espacio poblado de carteles y fotografías viejas? ¿Cómo no padecerte cuando la oscuridad de tu aroma me dice que aquí estás? Incorpórea, mortal, verdadera. ¿Cómo no depender de tu voz alquitranada, de tu presencia inapelable?

Recorrer con mis pies desnudos tu nombre flébil, mientras trenes y gallos despiertan en un cielo ópalo certificando la herrumbre silenciosa de mis ojos, estremecerme igual que un largo llanto contenido y encontrarte inmóvil en el dilatado caminar de mis manos inexpertas, es igual a tomarte, vino maduro, en el vaso de mis labios. No te necesito como necesita pan el hambriento, pero vaya que haces falta en este espacio que mis brazos han reservado para ti. Despertar y ver como tus muslos se abren a la mañana fresca y húmeda, brinda tranquilidad a ésta angustia con que sobrevivo. Escribirte cuando no te tengo cerca nada abona a mi soledad perpetua, a mi deambular taciturno, a mis ansias locas de poseerte. Te construyo, te pienso.

No es mi intención abrumarte con mi pensamiento errático ni con mi proceder estacionario; al contrario, si te digo esto es porque anhelo compartir el serpenteante acontecer de mis noches de insomnio. Despertar en ti, es tan sólo otra manera de pertenecer, de compartir el colchón de uvas sobre el que nos recostamos. Acompañar mis desvelos de café y lecturas desprendidas con tus arrebatos de mujer frutal y húmeda, florecer en la reunión exacta de tus senos maduros, en tus manos inquietas, para después olvidar tu nombre y dibujarte con las yemas de mis dedos. No quiero conocerte en la forma usual en que el artesano domina su oficio, prefiero descubrirte como se descubren los más profundos secretos. Dejar que las frases de tus piernas se escurran por mi lengua y saborearte.

De la noche brotan dátiles de negra espesura, de llanos poblados de fantasmas recuerdos, de árboles de esqueletos, dormidos, callados. Entre tus dedos el viento toca sinfonías. De tu tierra fértil crezco como pino o faro que desde lo alto de este mundo te mira con su ojo volcánico. La madrugada todavía revestida de sombras acaricia tu falsa cercanía de estrella. Mis pasos se colman de gatos y de frío asfalto en las calles donde aprendí a pronunciar tu nombre y si alguien me descubre adormilado bajo la luz de un faro amarillo, sabe que de cierto desierto inerte deviene la muerte a verte con tu cara de muerto incierto.

Cierra, alma mía, cierra la puerta a esos recuerdos de otoño frío. Destruye su tiránica obsesión. Que la luna no ilumine las huellas del camino que hasta aquí te trajo. Ciérrate como hace la flor. No permitas que la ruidosa selva del pasado obstruya tu camino con sus sombras delicadas, ni que la negrura de tu cabello abrigue otras manos que éstas que te ensayan. Que tus muslos no se abran a otra voz que ésta que te nombra.