Canto de islas flotantes
Por Ethel Krauze
16 Agosto 2020
Éste es un canto de islas flotantes que no existen. Las he creado para viajar con ellas, como si fueran barcos permanentes en un globo terráqueo que tengo en la mesita de mi estudio.
Anclada en su eje de metal oro oscuro, la tierra gira en diagonal y hasta se inclina para recibir el aplauso, bailarina en sepia, gasas las nubes entre carabelas pintadas con tinta china.
Voy deambulando en cada una de mis islas, con los ojos emparejados hacia un espacio sin límites. Todo es movimiento, aires, soplos, vientos acicalados de espumas y prefiguraciones de tormentas que saben a lo que sabría el láudano en los labios de un poeta maldito: néctar de opalina amargura, vulva de anís y agrias hojas de ajenjo, sueños de menta, angélica cilantro y mejorana, en la leche de semen, acaramelada y transparente. Oscuridad y brillo, abandonos.
Todo es anarquía, ausencia líquida que bulle en el cerebro, párpados viajeros.
Soy una isla y luego otra, y todas a la vez, cantando juntas en el espacio abierto. Que caigan todos al hechizo, que suelten las espadas, que se bajen del mástil. Que se echen en picada al abrazo que no contienen brazos, sino aire.
El aire que nos falta, el aire ciego que dilata los pulmones.
He creado este canto flotante de islas, para bajar del cubre bocas y treparme al más alto pico del terror, y desde ahí, lanzarme a la cadencia de las cosas que no existen.
Pero deberían.
Por si alguien me acompaña.