Enero 2025

Autor: Nicolás Rogelio Morales Montes 

 

BRUJERÍA DE AMOR

 

—La nueva vecina es bruja— me dijo mi mamá la primera vez que la vimos salir de su casa por esa puerta despintada.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté casi al mismo tiempo que llevó su dedo índice a la boca pidiéndome guardar silencio.

A mí me importó poco la aseveración sobre la nueva vecina, pero desde ese día todo cambió, a la conducta ya supersticiosa de mi madre se le sumó el miedo y un montón de artilugios protectores que fueron repartidos por toda la casa, desde cuchillos entrelazados para proteger de los malos espíritus, herraduras para ahuyentar la maldad, espejos redondos para las buenas vibras, hasta vasos de agua debajo de las ventanas para eliminar energías negativas. Todo eso como agregado al altar con veladoras y a las cruces de palma que empolvadas aguardaban detrás de la puerta protegiéndonos en los momentos difíciles. Después me obsequio entre ceremonias un par de lociones arrasacontodo para impedir cualquier acción dañina en mi contra, y una cadena con siete amuletos protectores, con la única y sencilla condición de que no podía salir si no me las ponía. A eso le siguieron constantes rezos y hábitos de limpieza con plantas tradicionales, además de una especie de rencor hacia la nueva vecina por ser ella una de las brujas que cobraba para lastimar por encargo, mientras mi mamá por causa de su bondad, según creía ella, solo poseía cierto conocimiento espiritual para hacer el bien y lo ejercía sin fines de lucro.

Con el tiempo supe que se llamaba Laurel, su cabello tenía un intenso color negro y le caía a mitad de la espalda contrastando con su rostro pálido que dejaba ver a través de su piel pequeñas venas de color azulado. Sus ojos también eran azules o al menos de ese color me parecían, era alta y de cuerpo esbelto pero lo que más llamaba mi atención era esa pulsera que portaba en la muñeca izquierda, hecha de una piel gruesa y extraña la cual mostraba un ojo de algún animal que yo desconocía incrustado en el centro.

Una noche me despertó el aterrizaje del gato pardo sobre el domo a un costado de mi ventana, un gato al que odian mis gatos, odio al que me he sumado por solidaridad debido a los abusos contra su comida y a su tamaño imponente con el que decide hacer lo que le plazca, incluyendo invadir territorios ajenos. Me dan ganas de arrancarle el corazón cuando así lo hace, pero mi arma para la venganza es una pistola de plástico que proyecta grandes chorros de agua. Esa noche logre impactar al gato en la cara después de abrir cuidadosamente la ventana para ejecutar dos disparos silenciosos, el pardo amenazado saltó entonces por uno de los agujeros en forma de rombo cayendo algunos metros abajo en el patio de junto, coincidiendo azarosamente con el horario de ducha de la vecina, la cual enjabonaba sus hombros detrás de una cortina transparente dentro de un cuarto de baño que aún no tenía puertas.

Ese día me enamoré a primera, segunda, tercera y cuarta vista. A mi edad había visto algunas mujeres desnudas, pero nadie como ella, sus movimientos en una danza sensual me avasallaron los ojos, sus caderas se me clavaron en la memoria, sus lunares encendieron antorchas en las palmas de mis manos. Me quedé ahí mirándola, disfrutándola, adorándola, por eternos cuatro minutos hasta que apagó la luz al terminar. Yo no pude apagar mi cuerpo hasta dos horas después con los primeros rayos de sol.

Siempre he tenido el sueño ligero, lo sé desde que era niño, además soy capaz de reaccionar casi de inmediato a los sonidos aún lejanos, mis oídos captan cada motor de auto al entrar a nuestra calle, los orgasmos tímidos de los vecinos, el silbato del velador pasada la medianoche. A todo esto, se les sumó un sonido más, el de una regadera abierta alrededor de las cinco de la mañana que me impulsaba a levantarme para mí obsesiva sesión paisajista con el cuerpo de Laurel.

Pasaron algunos meses en los cuales el amor y el deseo se fueron incrementando, reduciendo cada vez más las horas de sueño y agudizando mi miopía. Dejó de importarme el no hacer ruido y además prendía la luz para colocar adecuadamente la silla desde donde podía obtener un mejor ángulo, pero también una promisoria joroba después de esperar por un par de horas el momento en que ella encendiera la bombilla para no perder detalle alguno. Una vez casi me duermo de cansancio de pie sobre la silla, mientras la observaba, mi cabeza adormecida golpeó con fuerza la ventana lo cual me hizo reaccionar de inmediato para ocultarme, me pareció notar que ella buscando el origen del ruido había descubierto mi presencia en aquel segundo piso, sin embargo, ese día no hubo cambio alguno en su rutina de ducha, pero al paso de los días empezó el auto cariño. Sus manos dejaron a un lado el jabón y se extendieron por cada llanura y pliegue de su piel, su boca también empezó a emitir gemidos aumentando su frecuencia al acercarse al clímax, durante esos breves minutos los gatos parecían alterar su humor maullando frenéticos, la luna refulgía con fuerza y los orgasmos de los vecinos caían en cascadas de satisfacción sobre la silenciosa oscuridad de la calle.

Entonces no pude más, me levanté a la hora en que ella acostumbraba a despertarse, me puse unos jeans, una sudadera oscura con capucha y tomé las llaves, bajé con sigilo y salí a la calle, di unos cuantos pasos hasta su puerta y toqué despacio con mis nudillos tres veces, algunos segundos después lo hice de nuevo, lo iba a intentar una tercera vez cuando escuché una voz trémula preguntar:

—¿Quién?

—Yo vecina, su vecino de al lado

El cerrojo cedió con suavidad, la puerta se abrió y un brazo extendido tomo mi mano conduciéndome al baño que yo tanto conocía, hicimos el amor con tal agresividad que mis venas parecían salir de mi cuerpo, ella se quejaba en un tono alto como si fuera un felino, mientras destazaba mi espalda con sus uñas, después me miró a los ojos y pude comprobar que en realidad eran grises y que sus pupilas titilaban como estrellas distantes, entonces vino la explosión, su cuerpo adherido al mío se arqueó y pude ver al animal ocultándose debajo de su piel, un chulel en forma de pantera que entre visiones empezó a comerme los huesos. Desperté al otro día sobre mi cama, tenía su pulsera apretada dentro de mi mano derecha y un dolor tan placentero que me tomó dos días para reponerme.

Tengo libre acceso a la casa de Laurel en horarios indistintos, hacemos el amor varias veces por semana, se puede decir que hemos formalizado nuestra relación. Tener una novia bruja no significa una interacción diferente a la que se podría tener con otras mujeres, me cela cuando miro a otras chicas en los restaurantes, me pide respeto con los otros, orden conmigo mismo y abrazos cuando ha tenido un mal día. Yo diría que todo va muy bien, solo tenemos un pequeño problema, mi madre empieza a sospechar que hay algo entre nosotros y creo que de confirmarlo no lo podría soportar. Laurel es lo peor que una madre como la mía podría querer para su hijo y no la culpo, lo que ella más desea es que yo tuviera una esposa para no dejarme solo, porque sus 61 años le parecen una edad muy avanzada, sobre todo con su enfermedad, creo que empieza a prepararse para su partida e intenta dejar todo arreglado.

La otra tarde sentí nostalgia por mi vouyerismo nocturno y me asomé por la ventana de mi habitación para ver a Laurel al regresar del trabajo, llegó intentando no hacer ruido y con pasos cortos para evitar los obstáculos del patio, se inclinó sobre el joven árbol de eucalipto y cavó un pequeño agujero en donde colocó una bolsa diminuta de terciopelo rojo, volvió a cubrirlo con tierra y entró a la casa. Hoy cuando se ha ido tomé el duplicado de llaves que me dio y fui a buscar la bolsita roja, dentro de ella estaba mi viejo reloj que yo había tirado en el bote de mi habitación y que ahora debería estar en una montaña de basura lejos de aquí, pero no, estaba ahí amarrado con un hilo rojo a una fotografía de Laurel en donde, por cierto, lucía más guapa que nunca, he vuelto a dejar la bolsa en su lugar. Me gustaría decirle que eso se puede eliminar fácilmente con una limpieza de aura y también que lo ha intentado tarde, que yo tengo en el jardín de mi casa bajo el árbol de durazno otra bolsita roja con su pulsera y un calzoncillo mío, atados  también con un listón rojo para un amarre de amor inmediato, pero eso frustraría mis planes, a mi madre le queda poco tiempo y para que funcione el conjuro de vida eterna, me falta un único ingrediente, el corazón enamorado y recién extirpado de una bruja.

ROGELIO MORALES MONTES

Licenciado en Desarrollo Humano con maestrías en Estrategias Reeducacionales y Terapia Sistémica Familiar. Certificación en Coaching y Programación Neurolingüística. Tallerista y Capacitador en Desarrollo Organizacional. Psicoterapeuta en Emocional-Mente Integral y Centros de Integración Juvenil. 

Disfruta de la docencia, el trabajo grupal y el desarrollo personal como lugares de encuentro para el crecimiento de las personas y la evolución social. Apasionado de la Filosofía y la Literatura. Pertenece al grupo de Creación Literaria del Centro Cultural Elena Garro.