Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

AYÚDENOS A ENCONTRAR A YANJARA

Autor: Alejandro Serna

Junio 2023

 

Mi novio y yo habíamos experimentado de todo, creo, obviamente dentro del marco del respeto mutuo. Hablo de experimentos sexuales: una vez tuvimos sexo en el cine, otra en un baño público, también le hice sexo oral en un parque; hemos participado en encuentros swinger y una vez, aunque es algo que me da pena confesar y no quisiera repetir, intentamos tener sexo con un pastor alemán. Ya se imaginarán los experimentos que hacemos en privado.

Antes de iniciar la cuarentena estábamos pasando por una fase tranquila, nos dedicamos a conocer los hoteles de la ciudad, queríamos verlos todos; pero después de recorrer los más lujosos sin encontrar gran motivación, nos vimos en la necesidad de buscar hoteles de mala muerte, residencias y chochales, aprendiendo las diferencias entre unos y otros y descubriendo sitios lúgubres y malolientes.

Antes de dar movimiento a nuestros cuerpos, acostumbrábamos fumarnos un porro y nos quedábamos horas hablando sobre el sitio y lo que allí, imaginábamos, había ocurrido: gente fea y gorda, aunque casi siempre son sinónimos, metiéndose a esos cuartos oscuros para dejar sus secreciones en esas sábanas que cambian muy de vez en cuando. Algunas veces, entre las extrañezas del bajo mundo del sexo, encontramos anotaciones en las paredes, las camas o las mesas con nombres, números y promesas de amor. Y así fue como dimos con Bayron.

Un día, en un hotelucho del centro, vimos una inscripción que en ese momento nos causó gracia y curiosidad, incluso mi novio bromeó con publicarla en una historia de Instagram, aunque finalmente lo convencí de no hacerlo porque qué boleta, me parecía de mal gusto. Soy una puta, sexualmente hablando, pero inmaculada en mis relaciones sociales. El mensaje escrito en la pared decía exactamente esto: «Yanjara, te estube esperando. Llamame por fabor», y había un número telefónico que no mencionaré por motivos que ustedes entenderán.

En esta época nuestras revoluciones sexuales han bajado un sesenta por ciento, mi novio y yo nos vemos en nuestras casas cuando podemos, sin embargo, ambos vivimos con nuestros padres y ya saben cómo es tener sexo con ellos en la habitación de enseguida: no hay gemidos, nalgadas, amarres ni brusquedad; hasta los orgasmos llevan silenciador. El caso es que la semana pasada, en mi cama, abrazados semidesnudos, resultamos hablando de nuestras experiencias pasadas y planeando las futuras; y entre la conversación, recordamos el mensaje en la pared de ese hotel. Mi novio aún tenía la foto en su móvil, me la mostró en medio de una risa macabra, luego, sin mucho pensarlo me soltó:

—¿Y si llamamos? Puede resultar una buena aventura.

Y bueno, yo también estaba sedienta de algo divertido. Miré el número y lo marqué. ¿Qué problema había?, era un simple desconocido y unas sonrisas no se le niegan a nadie.

—Aló —me respondió en un tono gritado, se escuchaba una música estruendosa.  

—Buenas tardes, ¿con quién hablo?

—¿A quién necesita?

—Señor, yo llamo de parte de Yanjara —fue lo único que atiné a decir mientras mi novio se tapaba la boca con la almohada para que no se escucharan sus carcajadas.

—¡Hola Yanjara!, ¿dónde estás?

—No señor, yo no soy Yanjara.

—¿Pero usted la conoce? Yo soy Bayron.

—Sí, sí, ya sé. Pero Yanjara en este momento no puede hablar.

—Dígale que quiero verla, la extraño. No entiendo qué fue lo que paso.

—Claro qué sí, ella también lo extraña.

—Dígale que la espero en la misma habitación, a las cuatro. Dígale, por favor.

—¿En cuál habitación? —le pregunté, tratando de sostener la conversación y reír un poco más.

—Ella sabe, el hotel y la habitación donde siempre nos veíamos.

Colgué y no dije nada, mi novio había escuchado todo y ya se estaba vistiendo; cuando vio que yo seguía en la cama, con una simple mirada me dijo «Vamos». Por eso me gusta, por impredecible, nada lo detiene, siempre quiere más.

En realidad, el hotel queda a dos cuadras de mi casa, no había mucho problema para ir hasta allá. Cuando llegamos, antes de que el tal Bayron se apareciera, una señora regordeta nos atendió. Le preguntamos por la mencionada habitación y le dijimos que en pocos minutos llegaría un hombre que también la pediría. Le explicamos que íbamos a cerrar un negocio allí porque en la calle no se podía, al principio no nos creyó y nos miró con ojos de sospecha, sin embargo, un billete morado la convenció de nuestra buena fe.

Nos tiramos a la cama e intentamos jugar a mamá y papá, pero a mi novio no le funcionaba el aparato para hacer hijos, creo que estaba nervioso, igual yo. La nota escrita en la pared aún estaba allí, no tuvimos tiempo de analizarla porque llegó Bayron, tocó la puerta tímidamente y mi novio le abrió con una almohada en la mano; creo que sospechaba lo que iba a pasar.

—¿Ustedes quiénes son? ¿Dónde está Yanjara? ¿Qué le hicieron?

—Cálmese —le dijo mi novio, pero la mano derecha de Bayron no estaba tan calmada y sacó un cuchillo de no sé dónde. Acto seguido, mi novio le envió un almohadazo directo a la cabeza y alcanzó a voltearlo y hacerle una llave a pesar de la estrechez del lugar. Tal vez por eso también me gusta: por esa fuerza y ese cuerpo de guerrero.     

Cuando Bayron estaba inmovilizado, tirado boca abajo en la cama, le explicamos la situación; tuvimos que decirle que era una broma y que nos disculpara.

—Es algo así como un pasatiempo de novios —le dije.

Creo que al escuchar mi voz se calmó y dejó de forcejear. Finalmente accedió a hablarnos sobre Yanjara, y es por eso que escribo esto, para que ustedes nos ayuden. Bayron nos contó que Yanjara era una trabajadora sexual de las que se paraban en la esquina de la plaza de Bolívar, se veían cada ocho días a las cuatro de la tarde y en la misma habitación de ese hotel. Lo hacían así para guardar discreción, él estaba enamorado de ella pero le dolía aceptar que tenía que pagarle. Cuando comenzó la pandemia Yanjara dejó de asistir a las citas, ya llevaba más de un año desaparecida y a pesar de la constante búsqueda, Bayron no encontraba información de su paradero. Estaban cerrados todos los lugares que ella solía frecuentar y las pocas compañeras de trabajo que aún rondaban por ahí, no daban noticias de ella.

Después de escuchar su relato, le prometimos que para compensar la estúpida broma, le ayudaríamos a encontrar a Yanjara; así que usted, estimado lector, si ve a una mujer pelirroja, delgada, de piel blanca y voz gruesa; no dude en avisarnos. Le estaremos eternamente agradecidos.