Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Avance de la novela: La Cowboy Rulfo / Óscar Garduño

Autor: Óscar Garduño

Junio 2023

 

El miedo no es un estadio final, sino un precursor,

un catalizador de otra cosa, unas veces de la rendición y

otras, la mayoría, de la violencia o la cólera.

Shalom Auslander: Esperanza: una tragedia.  

 

Corre la Ford Lobo sobre la carretera casi vacía y escuchamos a buen volumen “Rocket Queen” en vivo de Guns N´Roses[1]. Ya borracho me envalentono, aunque por momentos me siento el peor imbécil no sólo por ir a un lugar desconocido sino por meterme en las broncas del Palomino y la Cowboy Rulfo y, lo que es peor, por arriesgar a Sofía, quien cree que va de vacaciones a Oaxaca, y eso es lo que más la alegra, o la marihuana, o las dos cosas.

            Cuando a lo lejos ves un retén de militares la sensación que te llega es igual a la que se debe sentir cuando te diriges a un abismo. Se acabó el hechizo. Si la carretera consigue hipnotizarte, también deja de hacerlo. Y vaya formas que tiene. No por las tantas cervezas vacías y las botellas de whisky y vodka a medias, todos ahí, dentro de la Ford Lobo, sabemos que a los soldados les vale madre si conduces borracho o con una caguama entre las piernas. Es por la droga. Es lo que buscan hoy en día, pues mientras los cargamentos grandes pasan como pasan los camiones con melones o papayas, a los soldados se les ordena inspeccionar a los automóviles que parezcan sospechosos. Aunque ni tanto, porque qué soldado se va a arriesgar a solicitar que bajen la ventanilla y le apunten con una AK-47.

—A ver, mi gente, ustedes calladitos, yo me encargo de los rapados esos—nos dice el Palomino mientras aparca la Ford Lobo a un lado de la carretera.

—¡Buenas tardes!, ¿hacia dónde se dirigen?—pregunta un soldado moreno con tremenda cicatriz en la barbilla y grandes barros en la frente.

—¡Vamos a Oaxaca, amigo!—contesta el Palomino con una voz que de tan educada me resulta del todo ajena.

            El soldado como que piensa la respuesta. Al menos es lo que parece. Se aleja unos cuantos pasos de la camioneta. Hace como que se comunica por un radio que trae sujeto al hombro. Pero sólo mueve los labios sin decir palabra alguna. Regresa. Antes de hablar se quita la gorra verde olivo. El sudor le escurre por la frente y se lo limpia. Son varios los barros que terminan enrojecidos cuando lo hace. 

—¡Vamos a inspeccionar el vehículo y a revisar los papeles, por favor!, deben bajarse todos.

Hace una seña con el brazo y llama a otros dos soldados para que lo apoyen.

            Estoy al lado de Sofía. Adivino la escena: abren la guantera, encuentran la marihuana, nos detienen, a las mujeres las violan entre los matorrales, los soldados están acostumbrados, es más: tienen hasta su camita hecha de hojas secas. Con la Cowboy Rulfo no hay problema, es su negocio, igual y hasta les hace un descuento por ir en grupo, pero con Sofía… aprieto su mano mientras ella me dice, bajito, que no me ponga nervioso, que los soldados son como los perros: huelen el miedo. Sí, Sofía, valimos madres, pienso que debería de venir dentro de una bolsa para hornear carnes. Nos van a encerrar por posesión de droga. En una de esas y hasta aparecemos en el noticiero que ve mi madre y se muere de la vergüenza. Un hijo borracho, pasa, pero un hijo que lo sorprenden con marihuana en la carretera… ¡casi escucho los comentarios de las vecinas!

            El soldado revisa la parte trasera de la camioneta, levanta completo el asiento, ve las botellas y las cervezas, el Palomino habla mientras abraza por la cintura a la Cowboy Rulfo.

—¡Son para el calor, amigo!, ¿no gusta una?

Está a punto de agarrar una Modelo de lata ya caliente, la deja y sigue con la revisión. Los otros dos soldados están al frente, revisan que el número del motor coincida con el de la tarjeta de circulación.

—Ahorita no se puede, jefe, nos vigilan—contesta el soldado, y señala con la mirada la caseta de revisión, dentro está quien al parecer es el responsable del retén.

            De adolescente, cuando me juntaba por las tardes con los estudiantes chiapanecos, me obligaban a mentarle la madre a Dios en voz alta, a gritos.

—¡Anda, grítalo!, sólo así conseguirás librarte de Dios y dejar de creer en él—me decían todos juntos, como si fuera el coro de una iglesia.

Recuerdo que aquellas tardes eran como sesiones de exorcismo en las que yo solía imaginar que en cuanto le mentara la madre a Dios, un pinche rayo iba a atravesar el techo de la casa, caería directamente sobre mi cabeza y me partiría en dos lo mismo que un bolillo. Peor aún, solía imaginar que Dios repentinamente me hablaba así como hablan en las películas los hombres que no se ven, con una voz como la de las películas del Santo o Blue Demon. Dios me hacía preguntas, no paraba de hacerlas.

—¿Te crees muy inteligente, pedazo de estiércol?, ¿quién te crees que eres? ¡no eres nada!, ¿sabes qué es lo que eres?, ¿sabes en qué te has convertido al intentar negarme?

Hacía las mismas pausas que hacen los que hablan pero no se ven en las películas.

—¡Una cucaracha, una hormiga!, los hombres están por debajo de ellos… ¡y ahí te va esto para que no te olvides de que existo!

Y me asesinaba de un infarto fulminante al subir las escaleras del Metro, de una fractura craneoencefálica al caerme de la bicicleta, en el baño. Hasta que leí mi primer libro de Nietzsche. Y aunque para la edad que tenía no entendí todo, sí comprendí, con la asesoría puntual del coro de iglesia que eran los estudiantes chiapanecos, con dos tres tragos de Bacardi blanco, y luego de tragarnos tres latas de sardinas con galletas saladas, que Dios no existe, no puede existir, es mentira que sea el rey del reino de los cielos. Carajo, si alguien tan cabrón como Nietzsche lo asegura es porque debe ser cierto.

            Hasta que por fin grité con todas mis fuerzas arriba de un tinaco, en la azotea del edificio donde vivían los estudiantes chiapanecos.

—¡Dios no existe!

Y me liberé. A partir de ese momento me encomendaba a mi madre, a uno que otro santo literario, como Eugenides, como Fitzgerald, Singer, Fuentes o Roth. Pero jamás a Dios. Ni siquiera cuando murió mi abuela y tuve que ir, obligado por mi madre, al velorio, se me ocurrió persignarme, mucho menos rezar durante los rosarios.

—¿Por qué no rezas?—me preguntó mi madre. 

No iba a ser yo quien rompería la ilusión que tenía de que su hijo era fiel católico, así que procuré librarme rápido.

—¡Pues porque no sé!—le dije con las manos extendidas.

Y salió peor: mi madre me dio un librito ilustrado donde viene lo que se tiene que rezar en un rosario para que nadie se equivoque. Hasta parece que los que acuden afinan antes empezar, así de bien se escuchan.

            Pero si el soldado pasó por alto lo de la marihuana en la guantera fue gracias a Dios, le dije después a Sofía. Me estaba dando una segunda oportunidad. Me habría gustado que los estudiantes chiapanecos hubieran visto aquel milagro.

            Hay muchas maneras de llegar al infierno y una de ellas es viajar a Chacahua por la carretera libre a Oaxaca: un campo minado, desastrosa, por momentos crees que estás en Bagdad y tan sólo esperas que no te toque un bombardeo de la OTAN. Lo bueno es que todavía tenemos bastante alcohol y marihuana, que Sofía y la Cowboy Rulfo se han quedado dormidas mientras el Palomino y yo vamos en silencio, escuchando “Bodies” de los Sex Pistols[2].

            Yo ya no puedo más con las cervezas, además de que nos obliga a hacer paradas a cada rato para mear, por lo que llevo entre las piernas un vaso atascado de hielo y de Jack Daniel´s. A estas alturas, entre la maleza que se abre por encima de nosotros como jodida jungla africana, con el sofocante calor, ya ni siquiera me dan ganas de preguntarle al Palomino acerca del problema de la Cowboy Rulfo con los de la mafia china. Sé que tarde o temprano me voy a enterar, así que mientras bebo observo los poblados por los que pasamos, aquellos donde en ocasiones hacemos paradas para comprar hielos, pues más tardamos en pagarlos en que se hacen agua.

            Todos los pueblos están jodidos, dejados de la mano no de Dios, que ya me queda claro que él sí puede hacer milagros, sino de un pinche gobierno corrupto que los deja que se ahoguen en la miseria. Pueblos donde lo más que puedes hacer con tu vida es emborracharte con un tequila que les venden a 10 pesos el litro, pegarle a tu vieja, llenarte de hijos, irte al gabacho, que te maten en la frontera.

—Si quieres llegar con vida a Chacahua olvídate de beber eso…—me dijo el Palomino cuando en una tienda de una gasolinera le enseñé la botella de tequila.

—Eso es para apendejar a los campesinos, para que no protesten, para robarles la vieja, el poco ganado que les queda, las tierras.

            ¿Quién era realmente el Palomino?, ¿era cierta la historia de la Cowboy Rulfo con la mafia china?, ¿quién era la Cowboy Rulfo?, ¿cuál era su nombre real?

[1] Del álbum Appetite for Destruction, publicado en 1987 por Geffen Records. 

[2] Del álbum Never Mind the Bollocks, Here´s the Sex Pistols, publicado en 1977 por Virginia Records.