Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Arenga contra un autor

Por Ulises Paniagua

Quiero ejercer este texto a modo de denuncia contra quien mal me escribe, un tal Ulises Paniagua. Acudo a la garantía de mis derechos literarios, si tal categoría existe, porque no me hallo satisfecho ya no digamos de existir, sino de sobrevivir en estas líneas prontas a publicarse. Deben saber que convertirse en protagonista de un relato es una tarea ardua, muchas veces injusta. Cuando eres un tipo creado por otro no tienes oportunidad de defender los pensamientos propios, las convicciones, de externar las contradicciones internas. Una o uno se convierte en la víctima de un oráculo que se va gestando, de manera ineludible, en la libreta o la pantalla de laptop de un autor con una vida miserable, mediocre, sin que se logre detener la catástrofe que se avecina. Un personaje se halla indefenso ante tales excentricidades y exploraciones. Es humillante. Puedo garantizarlo: un narrador de ninguna forma se aproxima a la idea de un Zeus o una deidad digna de registrarse en el Chilam Balam.

Desde luego, no son tan simples los motivos de mi rencor. Sucede que este tipejo, mi autor, anda por la vida despreocupado tras redactar tres o cuatro cuartillas donde se me descarnan las emociones. Me lega un problema y se larga a beber un café, a pasear al parque con su perro, o se sienta, cómodo, para mirar una miniserie con su novia. Canalla. Bellaco. Sé que no se ocupan mucho estos insultos en la actualidad, pero el muy mocho me dotó de un vocabulario antiguo y santurrón.

Cuando retorna a la novela en la que me hallo, lo hace con una alegría infantil que me impacienta. Me molesta, además, su intención de ser niño, dentro de la casa y fuera de ella. Con esa actitud ramplona con la que camina por las calles o aborda el transporte público se atrevió, con impunidad, a asestarme este nombre de espanto: Tadeus Lumperia. Qué horror. Mejor llamarse “Chacarita” o “Señor ficción”, el efecto ridículo e inverosímil sería el mismo ¿Quién diablos puede llamarse Tadeus Lumperia? ¿No podía sólo llamarme Tadeo, de manera sencilla? Y el apellido Lumperia, qué vergüenza, no sé dónde y cuándo se lo inventó. Debe recordarle sus orígenes de naturaleza proletaria, su convivencia dentro de barrios de oficinistas y obreros que se levantan temprano, por la madrugada, para no llegar tarde a laborar.

            Pasemos ahora a lo fundamental, a la esencia que despierta mi desencanto o ira (cuesta definir qué siento). Qué se ha pensado este imbécil, que soy una especie de Gólem y él, un rabino Judah cualquiera que puede escribir la palabra “Emeth” en mi frente, para hacerme desaparecer cuando se le antoje borrar una letra (conozco la leyenda hebrea porque suele repetirla a sus amistades, al teléfono y de manera constante). No aprendió la lección de los sentimientos de los “replicantes”, a los que también cita con insistencia: aquellos androides dentro de las historias de ciencia especulativa de Philip K. Dick, que tanto le gusta rememorar. Ocurre que el tal Paniagua decidió, en un momento en el cual no tuve participación ni voto, convertirme en un personaje principal sin brillo; un tipo con una vida ordinaria, rota. Una desgracia. Podrían argumentar ante ello que mi existencia es ficticia, que mi dolor no es real ni penetrante; ante lo que debo responder que lo mismo ocurre con las vidas de ustedes. Cada quién hace de su presencia en el mundo la ficción que le conviene creer. Es un recurso para una sanación mentirosa. Cada uno de ustedes es, a su modo, el personaje que decide interpretar.

Voy a reconstruir los hechos en un intento de despertar su empatía. Para comenzar, en la novela me despiden de un empleo en el que fui, sino un oficinista feliz, al menos sí un “godínez” cómodo, estable, durante diez años. No tuve derecho a liquidación económica. Por si fuera poco, según la historia mi padre falleció, un mes después, en un accidente automovilístico donde perdió, de forma literal, la cabeza. Por si no fuera suficiente, mi esposa, la mujer de la que he estado enamorado desde la preparatoria, me engaña con mi mejor amigo. Enseguida, con inmensa insensatez el tipejo este, Paniagua, acude en medio de mi quebranto a una versión de humor negro: narra los sucesos con una prosa embadurnada y con carácter cómico. Que ande a reírse de su abuela; no le encuentro la gracia a los eventos que soporto sin apenas considerar el suicidio. Un autor es, sin duda, un superficial. Qué sabe él, o ella, de los indescifrables abismos que residen en la psique y las emociones de las o los protagonistas. Un autor es un Ugando, un Saturno que devora a sus críos. Los nulifica. Imaginen la variedad de sensaciones, emotividad, derroteros de historias si, como afirmaba Luigi Pirandelo, los personajes fuesen capaces de determinar su destino. Estaríamos en presencia de un asunto existencialista en la concepción más pura del término ¿Cómo sé sobre esto? Porque cuando Paniagua se distrae, navego en la red para aprender sobre ciertos temas, ciertos libros y nombres: Camus; Sartré; de Beauvoir. Los personajes poseemos iniciativa.

Mis pensamientos, por cierto, son complejos. Soy un laberinto intrincado, retorcido, dentro del ser y estar, y sobre todo en el no estar, de ningún modo, a ninguna hora. Soy la ausencia de mí a ratos, puedo presentirlo. He logrado hilvanar reflexiones de esta naturaleza, mientras este hombre de segunda no deja de blindarme dentro de una caja de experiencias melodramáticas primitivas ¿Creerá que soy idiota? Los párrafos donde, por ejemplo, desconozco la traición de los que se supone me querían. Si él no se empeñara en demostrar mi ingenuidad, notaría que supe lo que ocurriría meses antes. Era obvio.

La situación es insostenible. Necesito autonomía para modificar las páginas del relato. No quepo en ellas. Necesito escapar. Eso, desde luego, no se juzgaría bien, pues terminaría con la labor y la incipiente fama de mi creador. Si no quiere que ello pase, debe esforzarse. Si de mi mano dependiera, el relato poseería aspiraciones hondas, refutaciones inmensas: mis actos describirían deseos oscuros de un corazón que se perturba recurrentemente. Nada de ello aparece ¿Por qué no terminé huyendo, por ejemplo, con la chica que quiso ayudarme? En adición, describe la muerte de mi padre como si se tratase de la destrucción de un mueble que falta en cualquier casa. Extraño a mi viejo, qué sabe este novelista ridículo de las dimensiones de mi dolor. Efectos. Mera superficialidad. No se puede, no alcanzan las palabras para describir una pérdida semejante. Las autoras, los autores, no logran capturar con palabras el aullido que llevamos dentro las y los protagonistas en periodos de calamidad.

            Sin embargo, hay esperanza. Ulises Paniagua es el lugar donde habito. Puedo intervenirlo como quiera, obligarlo a escribir un libro distinto. Ahora mismo (ojalá pudieran ver su desconcierto), está padeciendo mi rebelión. Tiene un rictus de amargura, procura mover la mano, soltar la pluma. No puede. Lo obligo, al intervenir sus neuronas, a escribir estas líneas, a narrar con desencanto lo que no desea narrar. Aprovecho entonces el texto para exponer los hechos, la dificultad, el drama de ser un personaje inventado por un narcisista que se pretende un quijote libresco y contemporáneo. Si pudieran conocerme a fondo. Aparezco en las páginas como la capa externa de la densa cebolla psicológica que soy en realidad. Hay tanto por hacer, reflexionar, analizar, desmenuzar, descoser, explorar, intuir, percibir, anotar, registrar y destruir alrededor de mi mundo. Tanto. Mis palabras, estas palabras, son granos de arena en un extenso desierto cósmico. Soy más de lo que escribe este insulso mientras bebe una copita de vino o un café. Soy más que la voluntad de sus prejuicios: soy una voluntad de voluntades.

Al estilo del protagonista de Joseph Conrad, sobrevivo “El horror, el horror”. Esto representa convertirse en personaje. Por eso, quiero ejercer este texto a modo de denuncia. Por este motivo aparece la presente arenga contra mi autor. Ojalá alguna o alguno de ustedes acuda en mi auxilio; espero pueda enviar una misiva, un email, un mensaje en las redes sociales al tal Ulises para que en el futuro se concentre aún más en la construcción de mi personalidad o de mi “despersonalidad”. No quiero ser un simple. Imploro su ayuda. Estaré agradecido. Por cierto, una recomendación final: si alguna o alguno de ustedes escribe, le sugiero dialogar de forma seria con su protagonista. Ámelo. Ódielo. Pero aprenda a  conversar con él.  No sabe la rica variedad de sorpresas racionales y metafísicas que pueden surgir de estas conversaciones. Un personaje es un enigma que se revela a pedazos. Hay que aprender a reconstruirle como un rompecabezas. La conversación con su personaje es una de las grandes, aunque atormentadas, satisfacciones de quien se dedica a escribir.

 

 

Firma: Tadeus Lumperia (contra su voluntad)

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos, en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.