Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Arder o la dialéctica del fuego

Por Miguel T. Ortega.

Antes de su suicidio, en 1939, Walter Benjamin proyectó una tarea ambiciosa qué sería su último proyecto de vida:  la construcción histórico filosófica del siglo XIX. En sus apuntes, el filósofo propuso un abalorio de temas que serían reunidos por el hilo de la poesía, en especial, el tópico del flâneur[1] (paseante) como un observador omnisciente de la ciudad. Detrás de esta figura hay un concepto benjaminiano, un ensayo que se titula Sobre algunos temas en Baudelaire; un análisis que fácilmente se puede vincular al libro de Julio Barco (1991): Arder (2019). Este concepto fue propuesto por Benjamin como una representación de literatura panorámica como base de la poesía de Baudelaire.  No obstante, su definición apela a otros contextos, ya que el flanêur reaparece en la literatura y se puede identificar porque “sucumbe a la violencia de la multitud, lo atrae hacia sí y lo convierte en uno de los suyos”[2].

Sin duda, la idea central proviene del libro de poemas clásico Spleen en París[3], especialmente el texto en prosa “Las multitudes” que afirma en sus líneas centrales: “gozar de la muchedumbre es un arte”.

Como si fuese la actitud del flâneur la que salva al poeta, Arder no sólo evoca a la llama, refiere a la combustión como un afán último. No solo como un “yo poético” sino como el ser mismo que recorre los caminos reivindicando la ruta.

El “yo soy todos” y después “todos soy yo” de Baudelaire; también se deja leer a través del libro de Julio Barco. La flama puede ser la multitud y la multitud necesita una chispa de ignición. Julio la provee.

A través del anhelo y el fuego imprudente de la juventud, Julio desea que su obra se consolide a través del flâneur. Arder posee una voz auténtica despereza a las multitudes para que puedan observar ante el mundo la belleza perdida.

Al subtítulo del libro: “Gramática de los dientes de León” sobreviene otro gran índice que sería la combustión de los cuerpos. El juego en el libro de Julio Barco nos hace recordar aquella disposición espacial que utilizó Mallarmé al escribir el juego de dados. El libro de Julio, por otra parte, parece no poseer contornos y multiplicarse hasta salir de un líquido precioso o un gas altamente inflamable para esparcirse hacia el interior de la contemplación lectora[4].

Y ¿quiénes son esos lectores?, la multitud misma que el flâneur trata de contener en algunas páginas o algunas calles. Ambos conceptos se unen para explicar el método de la contemplación del flâneur. Arder es mirar. Entonces Julio entona a través de su “yo poético” cínico, versos como los siguientes:

“¡Yo me iré por las calles sin otro rumbo que mi ser!

Mara, soy caos

& el poema se nos parece/ inevitablemente y mi luz me destruye.

Montículos de piedras

por donde sigilosamente cruzan las polladas/

los excelsos cantos vacilantes

Entre periódicos/chichas & choros

he hallado

la claridad de mi

conciencia/

 fines del verano del 2019”[5].

 

El poeta emprende el camino, la ruta del poema, el flâneur va describiendo lo que aparece ante sus ojos. Aquí comienza el poema, aquí comienza un nuevo sendero.  La descripción suele ser la consagración, así se ve tanto en Baudelaire como en Julio.  Un ser desgarrado, con una eterna sed de unidad. Casi siempre inalcanzable.

Salvando las distancias temporales, Baudelaire define mucha claridad como el papel del flâneur: “El paseante solitario y pensativo, obtiene una singular embriaguez de esta comunión universal. Quién sabe posa fácilmente con la multitud conoce sus goces febriles, de los que se verá eternamente privado el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, recluido como un molusco. Adopta como propias todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias qué le ofrecen las circunstancias del momento”. Julio Barco, por su parte, atribuye un efecto semejante al poema en los siguientes versos:

 “Y soy un verano

 Nos acurrucamos delirantes

mirando el mar de Lima & los ojos de Mara son un poema

 que me conduce al Paraíso” (p. 14).

Los versos de Arder, a diferencia del poema de Baudelaire, propician un efecto de expansión que tratan de aglutinar todo el espacio visual. Podrían fácilmente ser la representación de la flama en el momento de su dispersión para arder. No será una fogata, ni una pira menor, el objetivo es crear un incendio que utilice el aire para sus fines de dispersión sobre toda materia orgánica en la ciudad. En Julio, en el libro, la ciudad será Lima.

La dispersión del juego lo que busca es que el universo entero se incendie con el ardor insólito de la juventud y el fuego que transforma la materia en cenizas. No es un acto de alquimia, es un acto ambicioso que busca la eterna redención y la purificación a través de la llama. Reencontrar y ver los objetos con la ingenuidad de la primera visión.  La alegoría que nos circunda es la misma qué pertenece al título. “Arder” es el acto del poeta flâneur[6] entre las multitudes.

Cabe señalar que el siglo de Baudelaire estuvo marcado por dos grandes figuras, el revolucionario, entregado a la multitud y el flâneur. Este último adquirió autonomía a partir de la advocación del poeta como un caminante incansable. Baudelaire, autor del famoso Spleen de París[7] anticipa el ideal de este ser que llamarán el flâneur, pero también cumpliría el ideal del hombre creador entre las multitudes o las masas. Julio Barco al escribir Arder desde una poética de las multitudes, recupera la ciudad y el tópico del “poema como caminata” obliga al lector bienintencionado asumir la perspectiva del que cursa, mira y vive entre la multitud. Un impulso frenético evita que libro Arder pueda ser considerado un libro lineal. Creo yo que es más bien cómo un fractal que multiplica sus formas y sus imágenes como una red interminable.

 

“Algunos beben demasiado las mujeres enloquecen

 vomitan en tinas

rojas calaminas sus ansiadas parejas/ niñas.

Una multitud marcha por la av.

 Tacna / aves buscan restos de comida en los

cubículos de basura me descubro andando motivado

 por un nuevo paisaje que adherir a

 mi vacío

 tu cuerpo: sin rumbo. Denso:

 Lila/ amanecer

dentro de tu

 cuerpo: yo (cielo de topacio: dedos de luz)

 focalizado a la humedad

de las rejas

 herrumbrosas/

 y anotas este paisaje:

 tísico como tu aliento carnívoro

entre las pardas anaranjadas esquinas

 y anotas:

en aquel verso yo bajaba de

un taxi

no sé por qué vine aquí bebía

en una ciudad percudida

yoamabalacarretera

luego se acaba el Dvd” (p. 15)

 

El “yo poético” comulga con la embriaguez y la catarsis, en esta fusión con la multitud. Emprende un enaltecimiento a partir de la suma con la multitud, no como una orgía, sino como un carnaval dedicado esa mente creativa en las palabras de la totalidad externa. Yo soy todos.

“las aves    se arremolinan en las nubes/ y estoy muriendo.

las aves    hamburguesas y versos. Toda la multitud

 que avanza no es simetría sino del mercado neoliberal.

 (…)

las aves

Y yo estoy aquí” (p.16 ).  

La consciencia empata de forma extraordinaria con el concepto de “mémoire involuntaire” que Benjamin atribuye a Baudelaire y que define como “advertir el aura de una cosa significa dotarla de la capacidad de mirar”[8]. Un detalle que surge del carácter cultural del fenómeno es la memoria como un acto de la consciencia. Rotunda prueba del saber colectivo.

Algo que llamaremos meta consciencia habita el libro y con eso cierra el texto en los apéndices del libro. Todo es poesía hasta el final:

“Escribo sin percatarme que miles escriben pero leyendo lo que miles escriben, lo que me permite, entre otras cosas, tener una idea del hechizo de la música de nuestro tiempo. Escribo sosteniendo todo el Peso del Mundo. Y pienso que ese Peso necesariamente permite crear una poesía belleza y ética; una exploración que sea espíritu y cerebro: diferentes en una sola construcción” (p. 54).

Los invito a adentrarse en el libro. Julio es la clase de poeta que parece incansable. No se detiene, su camino sigue y persiste. Hace mucho no veía un poeta como estos. En un paso vertiginoso entre las multitudes no se detendrá. Léanlo con atención. Nadie se arrepentirá de haber leído a un buen poeta en sus primeros libros.

Quien desee leerlo:

15+1 poemas de “Arder. Gramática de los dientes de león” (2019), de Julio Barco

 

Miguel T. Ortega.

 

[1] Walter Benjamin. Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos; Monte Ávila Editores, Caracas, 1970, p. 105,107. Benjamin lo define así: “El habitante de las grandes ciudades vuelve a caer en estado salvaje, es decir en estado de aislamiento”. El flâneur es un catalizador, una energía en movimiento.

[2] Ibid.

[3] Charles Baudelaire. Pequeños poemas en prosa (Spleen de París); Madrid, 1999.

[4] La estructura del libro posee índices y subíndices divididos en puntos como si fuesen análisis dentro de una tesis. Quizá una postulación acerca de la poesía.  Desde el tema 1.1 hasta el tema final 1.48.

[5] Julio Barco. Arder. Gramática de los dientes de león; Higuerillas, Lima, 2020, p. 13. A partir de esta cita solo colocaré los números de página del libro en el cuerpo del texto.

[6] A manera de paréntesis, hay que señalar que el flâneur es una forma evolucionada del petimetre del siglo XVIII. Él es un ser contemplativo pero ocioso que originó dos figuras del siguiente siglo, por un lado, el asesino delicado que fue el hombre revolucionario que poseía una profunda ideología social; por otro lado, dio origen al ser contemplativo apolíneo quizá. El asesino delicado fue un pensador, que en el siglo XIX llegó al éxtasis de la causa política, instaurado en el pensamiento social poblado de nihilismo tanto Netchayev como Kiliayev son ejemplo de una delirante ideología qué se convirtió en el terror revolucionario del siglo XIX.

 

[7] Charles Baudelaire. Pequeños poemas en prosa. La primera edición fue en 1969 y estuvo compuesta por 50 poemas escritos en prosa poética, pero que aparecieron en publicaciones periódicas en Francia. 

5 Ob. Cit., p. 118.