Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Araceli Arias Rebollo / Festival de Poesía por el Agua

Recuerdos Cristianos

 

Autora: Araceli Arias Rebollo

Marzo 2024

 

Abigaíl, Raúl y su pequeño hijo Javier se dirigían al pueblo de San Rincón Chincua, acompañados por fastuosos paisajes de la carretera formados por los  árboles de pinos, robles y majestuosas montañas.  Mientras recorrían su camino  Raúl compartió  sus  recuerdos con su esposa Abigaíl.   

–El  rancho de mi abuelo Tomas y mi abuelita Marce  queda a las afueras del pueblo. Está rodeado de montañas desde ahí se observan los valles, los ríos de abundante agua cristalina. Recuerdo el verdor de las plantas que adornaba el patio de la casa. Daniela, Francisco, mi mamá y yo, junto con mis tíos como en caravana festiva acompañábamos  a mi abuelita a los manantiales  por el agua y a otros pozos cercanos para llenar la pileta de su casa; de ahí con poca agua se regaban las plantas, también se guardaba el agua de los manantiales  en barriles de barro para el consumo.  Para lavar y para el baño se colocaban en los tejados canales para recolectar y conservar el agua de la lluvia.  Éramos los más felices cuando nos bañábamos en el rio. –suspiró Raúl al tiempo que continuaba.

–¡Mi querida abuelita Marce! Con ella viene a mi memoria  el olor a leña quemada que salía  de su  cocina de adobe, el gran fogón rojo me invitaba a disfrutar una tortilla de maíz  torteada con su deliciosa  salsa molcajeteada, y como olvidar  la refrescante agua de limón, o de sandia que nos quitaba lo enchilados o lo sedientos.  En la noche un pan de pulque con  un humeante café con sabor a piloncillo y canela que ella preparaba para los adultos porque a los niños no nos dejaban tomar café. Para nosotros hervía  la agüita caliente aromática a cedrón endulzada con miel, que preparaba con las hojas de cedrón que cortaba de su árbol, y que amorosamente nos servía en los jarros de barro que le daba sabor un especial. Cuando años  más tarde Francisco y yo  tomamos el tan antelado café, era como el significado de sabernos  y sentirnos  grandes, casi como la satisfacción de  haber llegado a la mayoría de edad, o  subimos al motocultor con el  abuelo Tomas.

Con el abuelo Tomas acostumbrábamos a caminar entre los maizales para ver la siembra, lo acompañábamos a revisar los abrevaderos que tuvieran suficiente agua para que los caballos y el ganado pudieran tomar. El abuelo hacia con maderos hermosos abrevaderos o antes de llegar al rio aprovechaba las salidas del agua para hacer algún empedrado y conducir el agua para llevar a pastar al ganado.

Papá Tomacito como también le decíamos  nos llevaba al rio, nos sentábamos para descansar y saborear ricas peras a la sombra de los árboles rodeados de su temperatura refrescante, de la luz que penetraba entre las ramas  y del sonido del correr del agua; para después levantarnos y jugar con las hojarascas acumuladas en el cauce del rio, nos gustaba  sus sonidos y sus  voces que  hacían  melodías. Mientras las hojarascas  nos entretenían al rio le servían  como parte de su abrigo y alimento.  Recuerdo que cuando estábamos sentados el abuelo nos decía que los árboles eran indispensables para darle  vida a la tierra, como el agua darnos vida a nosotros.

Con sabiduría  nos decía: –Miren todas esas hojas del árbol  recogen el agua que cae del cielo y luego se va escurriendo entre sus ramas, hasta llegar al tronco y ahí llegan a la tierra–.

Yo no entendía mucho y preguntaba ¿Cómo es eso abuelito? El agarraba una rama del suelo recorría mi cabeza, mis brazos, mi cuerpo  y mis pies y nos decía:

–Miren hijos, por ejemplo, imagínense a los árboles como a su cuerpo: Su cabeza es la copa  de los árboles, sus  cabellos son las hojas, sus brazos las ramas, de su cuello hasta llegar a sus tobillos es el tronco del árbol y sus pies son la tierra. Entonces el agua que cae de la lluvia recorre todo ese camino desde su cabeza hasta sus pies. Por eso deben cuidarlos al igual que el agua porque también es parte de nuestra existencia, ellos limpian el aire y ayudan a nuestros  pulmones,  así como ahora nos refrescaron después de nuestro recorrido bajo el sol, también refrescan al clima y a la tierra.

–Con su última frase nos hizo recordar que recorrer los pastizales y revisar junto con el abuelo el pastorear de los   animales  tenía un premio, además del estupendo descanso en el rio, el permiso  para montar a caballo.    ¡cuántos recuerdos felices! Y pensar que ahora las razones de este viaje son otras. Me siento lleno de nostalgia y tristeza.  –con un nudo en su  garganta y secándose las lágrimas Raúl guardo silencio, mientras que Abigail tomó  su mano.

Abigaíl, Raúl y su pequeño hijo Javier llegaron a la casa de sus abuelos, entraron sigilosamente para no interrumpir los cantos y las oraciones de los presentes en el  recinto, al tiempo que con gran congoja los  ojos de Raúl buscaban a su madre, y a su hermana. Su  madre se encontraba de pie solemne ataviada de negro con una capa de terciopelo y vestido de finos encajes, la palidez de su rostro reflejaba su desaliento. Cerca de  su madre se encontraba Daniela quien le sostenía la mano amorosamente, su hermana llevaba su cabello negro ondulado que  cubría parte de su piel morena, su flequillo dejaba ver sus cejas cuidadosamente delineadas y sus ojos abultados por el llanto.  Raúl distinguió que rodeados por varios arreglos florales de gracia y elegancia en vistosos contenedores de vidrio que permitían ver el agua cristalina, se encontraban los candeleros dorados que custodiaban los cuatro cirios blancos que inducían el silencio y respeto de todos los ahí presentes.

La cera corría en los cirios como las lágrimas de los dolientes. Una exhibición de flores y follajes parecía haber en el lugar.  Los pompones blancos, los botones claros y ovalados de los crisantemos.  Las largas y vistosas  espigas con pétalos rizados y el lirio de la paz que  purificaba el ambiente  escoltaban la gris y metálica morada  de la abuelita Marce.

Francisco y el abuelo Tomas vigilaban el sueño eterno de la abuela. Acompañantes  de semblante desconcertados y con palabras consoladoras se acercaban al  abuelo quien permanecía parado con su barbilla hundida al  pecho, lucia desfallecido, su cuerpo encorvado por los años no dejaba desaparecer su corazón erguido de amor para acompañar en su última morada a su amada esposa.

 

Con profunda pena Raúl y su esposa  se acercaron  hasta el ataúd de  la abuela, para abrazar y besar a sus familiares y mirar el rostro apacible de la abuela, al tiempo que Abigaíl se alejaba para llevar a acostarse a su hijo Javier.  Se realizó un cambio de guardia en el que Raúl  vigiló  el descanso de la abuela. Algunos dolientes se acercaron al abuelo para abrazarle, al igual que a Raúl y Francisco sus rostros no le eran familiares quizá por haber estado ausente diez años para continuar con sus estudios como  silvicultor.

Más tarde conversó con su familia que el haber estado cerca del féretro le había hecho recordar todos los instantes felices con el pilar de la familia, y los cuentos que les  narraba cunado iban camino a rio, al bosque, a traer el agua, o después de la comida. Con gran nostalgia los compartió.

–Recuerdo que  cuando  éramos niños  veníamos en las vacaciones Francisco, Daniela, nuestros primos y yo.  Cuando llovía no podíamos salir a jugar la abuela Marce  nos entretenía  y nos decía–.

–Hagamos figuritas con la lluvia, cuando cae en el suelo ve que forman dime, ¿Qué ven ustedes? –. Raúl continuo sus narrando sus recuerdos.

–Francisco era el primero en gritar  alegremente lo que veìa y cada uno de nosotros iba diciendo lo que imaginaba.  Francisco decía que eran soldaditos marchando. Daniela decía que eran pececillos nadando en las hojitas que habían caído de los árboles.  Creo que  Dani ya llevaba la botánica en la sangre.

Los granizos que golpeaban como piedras los tejados para caer en la tierra, al igual que los relámpagos nos daban mucho miedo, pero la abuelita Marce  ingeniosamente nos tranquilizaba y nos decía:

–Esas bolitas blancas que caen míralas bien son pequeños cristales y  se van a convertir en agua, escojan unas bolitas y cuenten cuánto tiempo tarda en que se conviertan en  agua;  cuando termine de llover las bolitas de granizo que queden pueden salir a agarrarlas. –concluyó Raúl, mientras Francisco decía.

–Así que yo no quería que el granizo  se deshiciese para que nos dejaran salir a jugar con él poco granizo que había quedado, y cuando lo agarrábamos no tardaba en convertirse en agua.  –comentó Francisco y con nostalgia sonrió  Daniela,  mientras que  atentos escuchaban  el abuelo y los demás presentes.  En seguida  Daniela compartió sus recuerdos.  

–Cuando había tormenta eléctrica a veces se iba la luz, no nos dejaban acercarnos a las ventanas y nos asustábamos con los truenos y los relámpagos de luz que se hacían más fuertes en la oscuridad. La abuelita nos decía que  sonaban así de fuerte porque nos traían mensajes, que los escucháramos haber que nos querían decirnos, y cada uno de nosotros contábamos historias de lo que los truenos nos decían.

Recordar esas anécdotas los invadió de nostalgia, pero también del gran legado por el amor a la naturaleza que la abuela había sembrado en ellos. Comenzaron las oraciones, los canticos celestes, inmediato del Santo Rosario y seguido con la ceremonia del responso final que anunciaba la despedida al reposo eterno de la abuela.

Araceli Arias Rebollo

Nació en la Ciudad de México en febrero de 1963. Descubrió el fascinante mundo de la salud y estudió Psicología logró el título de Psicóloga Clínica por la UVM y el reconocimiento lince con mención honorifica.   Estudio la maestría en Terapia Familiar y diplomado de terapía de pareja formación adquirida en el Instituto CRISOL.  Realizó estudios en neuropsicología, terapia cognitivo conductual y Psicoanálisis. Su primera formación profesional  la realizó en Contaduría en la Universidad del Valle de México (UVM) donde obtuvo el título de licenciada en contaduría.

Desde muy joven experimentó fascinación por la vida y obra de los máximos representantes de la literatura, por lo que realizó estudios de creación literaria en la Sogem escuela de escritores, así como ha participado en diversos talleres en casa verde con el ensayista y narrador José Antonio Lugo García.    En 2011 participó en la Décima primera Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, publicó el poema esclavitud.  Ha publicado en la revista anestesia Poesía y cuentos de ficción.

Tomo clases particulares de dibujo y pintura con el pintor Enrique Mondragón y en el Centro de la cultura del Valle Sur, a través del pincel plasma emociones, sublima estados de la consciencia y experimenta creación de vida. Sus técnicas son: El óleo sobre tela, pastel, acuarela y carbón. Considera que la pintura es una expresión sublime del alma y de la mente.