Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Antes, en la noche, en el sendero de lo ausente del poeta Rubén Rivera

Junio 2024

Por Álvaro Mata Guillé 

Al principio, en el antes de nuestro nacimiento, estaba el Verbo; del Verbo emergieron las cosas y sin él nada habría ocurrido, así sentenciaba el apóstol Juan en sus evangelios, haciendo del Verbo y el ser la totalidad convertida en una sola cosa, puesto que el ser humedecía con su presencia cada rincón y todo vestigio, habitando los poros y las partes.

El Verbo-el pensar inicial que definía el origen del mundo desde una mirada única; el logos que desde la inmutabilidad regía el orden de las cosas-establecía las reglas que daban forma y sentido a la cotidianidad, a los recuerdos, a las personas, al universo. El Verbo, en su esencia perenne -en su sustancia sin cambio- determinaba el curso de la vida restringiéndola a su brillo también sempiterno y único, censurando a la oscuridad que destella en las sombras y a la divergencia, al rubor del titubeo, al disentir de lo múltiple, a la incerteza del parpadeo, del no saber y sus muchos colores sometidos, desde entonces, al resplandor de un solo lenguaje, a la intolerancia de una sola verdad que no soporta el pensar disidente, ni otro deseo, ni otro ver, ni otra sonrisa.

El apóstol Juan, desde los albores del cristianismo,enuncia la transición del politeísmo al monoteísmo, es decir, la interpretación plural del misterio sometida al gobierno de la unicidad del dogma, sumando también a esa doctrina de la luz única, el olvido que, desde la instauración del sedentarismo, mutila el albor múltiple del deseo de la bestia-hembra transfigurada -por apóstoles, patriarcas, misóginos- en penumbra.

El nacimiento del brillor como verdad única que ilumina el acontecer desde la ortodoxia, para preservarse a sí misma del disentir que cuestiona su apego a lo absoluto, utiliza tanto la represión del inquisidor como la tortura del verdugo, el mutismo que impone el fanático como el linchamiento que pregona el déspota, pues el totalitarismo somete a la pluralidad a un solo verbo -a un solo gusto, a un sentir, a una máscara-, reduciendo las causas que envuelven las cosas a un solo origen, a una fuente única, a la verdad de una sola voz revelada en la letra muerta de la ortodoxia, que además pretende ser eterna, y aunque el apóstol Juan proclame que la unión entre el verbo de la verdad única y el ser de lo inmutable nos ilumina, diluye las sombras y destruye las tinieblas, no hay luz ahí, no hay luz en la voz que impone lo totalitario, solo una oda a la frivolidad de las sombras,un canto a la ceniza.   

Pero antes del verbo en el antes del antes de la definición de las cosas pernotaba la noche sin el límite del horizonte, el sueño era sueño sin el acoso de los nombres, como lo sabía Parménides que, conducido por los reflejos del sol en un carruaje tirado por yeguas, buscaba desnudar el brillor del lenguaje para reencontrarse, para revelar -dejando atrás la oquedad de las palabras desmembrándolas- el porqué de las cosas, el sentido de la existencia, del vivir.

El regreso, conversar con la noche, diálogo que une a la filosofía con la poesía en la búsqueda por saber, pues la poesía no consiste en la reunión de la palabra como pregonan los funcionarios del brillor -como conviene a los domesticados por la luz- sino en la búsqueda que revele los nombres, el permanecer y estar en el aquí sumidos en el murmullo de lo ausente, en el antes del principio, en el origen, es decir, en el conversar otra vez con la muerte, pues no emergemos de la luminiscencia o el destello, sino de la oscuridad del útero, de los pliegues opacos de la caverna, del abismo de sombra al que regresaremos, como relata también Rubén Rivera en las diversas crónicas -de aire, de fuego, de ahogo- reunidas en las voces que dan forma al sendero que camina hacia el vaivén de la noche, aunque sin regreso.

Regresar al silencio, redescubrir el acontecer,es la ruta que siguió Parménides, también los órficos y pitagóricos, pero regresando del allá para relatar el encuentro con el origen, porque la filosofía-poesía no se nutre del bullicio de las palabras o la presunción de saber: al dar formar su lenguaje -al reencontrarse con los nombres en comunión con el silencio- nos reencuentra, nos une a lo otro que habla. ¿Al abandonar el barullo, buscaban las voces que retrata Rubén Rivera reencontrarse con lo ausente -con el viento, con las nubes- para evidenciar la tristeza o el sin sentido que nos acosa, el espejismo de la mucha luz que somete lo cotidiano al absurdo? ¿Al reunirse con el canto de las sombras -con los muertos- buscaba Rubén Rivera reescribir el porqué del estar en el ahora, el porqué del permanecer y conciliar en los nombres la mezcla de la noche con el día, el allá en el aquí, como intentaba también Parménides al descifrar el entorno? ¿A través del sendero que se abraza a la noche -el camino que transita sin remedio hacia la inmensidad del jardín de granito- buscaba Rubén Rivera un sentido para vivir reformulando las preguntas o un acompañamiento (Trakl,  Maiakovski, Torres Bodet, Alfonsina Storni, Li Po, Marina Tsvetáieva, Esenin, Jorge Cuesta, Cesare Pavese, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik) para adentrarse y pernotar sempiternamente en la noche, abandonando la consciencia del recuerdo?

¿Quién soy en esta inmensidad sin reposo? ¿Acaso nos sueña la vida?

Nada se apaga, las cosas se pierden en la inmensidad del infinito, dice Rubén Rivera contestando y contestándose al deletrear el porqué del ocaso, el porqué de la sombra. Venimos o vamos, continúa con el tintineo que sin detenerse se pregunta deslumbrado por los días sin pan, cuando cabalga sobre el mar como un refugio que enlaza la luz de las estrellas, pues somos todas las cosas, todos los rostros, todos los animales, somos el todo y la parte, nos habita la luminosidad y la penumbra, el sueño de una sombra como decía Píndaro, como lo dice casi sin querer Rubén Rivera abrazando las flores que perfuman la luna. Pero si no hay un ir ni venir más que el tránsito de una noche a otra, más que volver a la sombra, ¿Por qué pedir limosna a Dios para decidir nuestra muerte? Rubén Rivera se responde sin dejar de preguntarse, sin dejar de saber que la muerte vislumbra en nuestros adentros: Los árboles sudan nieve. La puerta la envuelve el silencio, como un espejo donde llora la sombra. ¿Dejaremos de huir?  Pero, no hay conclusión, no hay respuesta más que preguntas, porque al reunirse la angustia de los párpados, al despertar el sol, nadie se dará cuenta de nuestra ausencia, ni del llanto que abraza la oscuridad, pues estamos hechos de olvido, de sueño, de tristeza.

Consciencia del tránsito, regreso a las sombras para eternamente dormir con ellas, como describe Rubén Rivera en el sendero de los que se sumergen en el mutismo, o el ir y venir de Parménides reunido consigo mismo sumiéndose en la noche para deletrear el misterio. La noche-muerte, el ir y venir del regreso del que se nutre la filosofía-poesía, alejándose de la ortodoxia del verbo y desentrañar en los entretelones del estar aquí, antes de la huida, antes del olvido, antes que se apague la consciencia o queramos callarla, porque nos duele, porque nos ahoga. La noche es el día, el allá es el aquí, dentro nuestro.

 

 

 

 

 

Álvaro Mata Guillé (San José, Costa Rica)

Poeta, ensayista, director teatral. 

Escribe para la revista Libros y letras, literatura de Colombia y América Latina (Bogotá). Director del Festival Internacional de poesía En el lugar de los Escudos (México). Algunos Libros: Debajo del viento (Venezuela y Argentina); Ósip, (España); Más allá de la bruma, México; Próximamente: El individuo en la sombra (México); Los verdugos saludan desde el balcón (Colombia). Ha sido traducido al inglés, vietnamita, francés, italiano, árabe, portugués, griego, aimara, coreano, mandarín, polaco, ruso, irlandés, alemán, macedonio, bengalí.

Dirigió con su grupo Baco teatro-danza, entre otras obras: La señorita Julia (Strindberg), El Jardín de las delicias (Arrabal), Escenas de una tarde (Mata Guillé). De sus poemas, se han realizado las siguientes montajes: Paredes de brillo tímido, basado en el poema Tríptico. Coreografía del grupo Diquis Tíquis, Premio Nacional de Danza, como mejor grupo por el espectáculo Paredes de brillo Tímido, 1993, Costa Rica; Estados alterados, coreografía de Nandayure Harley, con la Compañía de Cámara Danza UNA, basada en el poema Solveit. Premio Nacional de danza, 2016, Costa Rica Más allá de la bruma, basado en el libro del mismo nombre, ganador del Fondo IBERESCENA (Artes escénicas iberoamericanas), coproducción Costa Rica-Colombia-México.

Foto por  José Pablo Porras