Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Alguien más tomará este asiento

 

Septiembre 2021

Autor: Octavio Ollin

 

 

 

Durante todo el trayecto estuve callado detrás de ustedes. Acuérdate. No me hagas enfurecer otra vez. Tu papá conversaba contigo de manera discreta, pausada y distante. Para mí solo hubo una mínima muestra de atención. Pocas palabras nada más. Yo quise alargar un poco la conversación, pero no pude porque a cada latido los nervios me brotaban de la piel, como ahora mismo. Y tú te mantuviste todo el tiempo silenciosa, perdida en la indiferencia, con ese rostro inexpresivo al lado de tu padre. ¿Me presentaste con él? Esfuérzate en acordarte. Las mujeres son como un cofre de memorias.

Así como estás sentada, así estuve esa tarde que íbamos a la fiesta. ¿Te acuerdas? ¿Al menos volteaste a mirarme? Estuve en el asiento trasero, reclinado, pensativo, mirando por la ventana. Por momentos, tu papá me miraba disimuladamente a través del retrovisor, con esos ojos negros y saltones como los de un pescado. Estoy seguro de que se notaba harto, pero a la vez, bastante acostumbrado a conocer a un muchacho ajeno. Tú debiste encontrarte igual, ¿o me equivoco?

Y después de todo lo que pasamos juntos, los buenos recuerdos y las peores horas, esto acabó en una relación desechable donde ya no existía la menor tentativa de amor. Esto no lo hice por las falsas caricias, los besos torpes, ni las llamadas perdidas. ¿Qué dijiste? Escuché unos gruñidos. No creo que estés enojada. Es algo natural que te comportes así. ¿Cómo se siente? Espera, voy a limpiarme este sudor. Sabes bien que odio el calor por las noches. Pinche calor. Es como si las calles estuvieran pavimentadas de una lumbre invisible en toda esta oscuridad. Es insoportable y cansado, y más cuando uno está durmiendo. Pero no tiene caso que te hable de esto. No lo entenderías.

Ya llegamos, hay que bajar. Deja abrirte la puerta. ¡Guácala!, huele a mierda este muladar. ¿Puedes verlo? Ah, se me olvidaba que los ojos ya ni siquiera te sirven. Y tus manos siguen igual de flacas y maltratadas como la primera vez que las acaricié cuando nos besamos. ¿Te acuerdas que una vez me arañaste los brazos cuando discutíamos? Pero no, tampoco lo hice por eso. Tienes que acordarte de tus actos, por pequeños que hayan sido. En el silencio siempre se conserva la memoria. Lo sabrás cuando estés allá abajo a solas. Llegarás rápido mientras vayas rodando.