Algodona / Jorge Negrete Castañeda
Autor: Jorge Negrete Castañeda
Noviembre 2023
Una pequeña parte de mi existencia la viví en el campo. Allá se tiene la oportunidad de convivir con todo tipo de animales; guajolotes, puercos, vacas y ovejas. Desde muy temprano me tenía que levantar para preparar sus alimentos; maíz, alfalfa y pastura. Una gran responsabilidad a mis escasos doce años y una actividad muy, pero muy pesada. Todos los días terminaba rendido, con dolores en todo el cuerpo, pero me acostumbré. Mis papás me llevaron allá con mis abuelos, según ellos, porque tenía que aprender de dónde provenían y cómo se producían los alimentos. A las seis de la tarde ya todo estaba oscuro, no se veía nada, y entre más avanzaba la noche, más oscuro se ponía. Me asignaron un cuarto independiente de la casa, cerca de los corrales y de la milpa. Los primeros días no dormí de miedo, dejaba la luz encendida toda la noche. Después de unos días, con el cansancio, ni siquiera me acordaba de la oscuridad. Los coyotes aullaban hasta la madrugada, en ocasiones se escuchaban tan cerca que mi abuelo salía y con la escopeta tiraba un disparo al aire. Se hacia un silencio estruendoso y luego los animales se alborotaban como si los estuvieran correteando.
Un día por la madrugada, mi abuelo fue por mí y me gritó.
‒¡Apúrate, muchacho, la Bola está pariendo!
Con el alboroto que traía, hasta me asustó. Me vestí rápido y fuimos hasta el corral en que estaban las ovejas. La Bola estaba tirada en uno de los rincones y balaba con fuerza. Le salió, poco a poco, una pequeña bola negra. Sí, una pequeña oveja negra había nacido, se paró de inmediato, las patitas le temblaban, pero después de un rato, ya estaba dando vueltas al corral. Mi abuelo me dijo
‒¡Póngale nombre, hijo!
Me agarró desprevenido con semejante petición. Traté de pensar rápido y al verla se me ocurrió que debía llamarse “Algodona”. Cuando se lo dije, el abuelo soltó la carcajada, pero así se llamó. Por muchos días le preparaba un gran biberón, era bien tragona. Algodona me empezó a seguir a todos lados, como si yo fuera su mamá. Me acompañaba de un lado a otro. Sentí mucho cariño por ella. Me miraba, abría y cerraba los ojos como si los estuviera guiñando. Cuando le hablaba contestaba ¡beeeee..beeee! y movía la cabeza de arriba abajo. Creció muy rápido, la alimenté tanto cariño que ya estaba bien gordita.
Un día el abuelo me dijo:
‒Ya esta lista la Algodona, ¿verdad?
Pensé, lista para qué. Por algunas noches no dormí tranquilo tratando de encontrar una respuesta. No tardé mucho en descubrirla. Mi cumpleaños sería el dos de noviembre y faltaban sólo dos días. Mis padres vendrían desde la ciudad para estar conmigo en esa fecha tan especial. Un día antes, por la mañana, el abuelo preparó el horno de la barbacoa. Al atardecer me llamó para que le ayudará. Ahí estaba Algodona, amarrada a una estaca y dando vueltas alrededor. Cuando la vi quise desatarla, pero el abuelo me dijo:
‒Es hora de prepararla. Tus papás llegan mañana temprano y hay que cocinar la barbacoa para que tengan un buen almuerzo. Tu abuela ya esta haciendo las tortillas y las salsas.
‒Ven hijo, acércate. Toma ‒puso en mis manos un cuchillo muy largo‒. ¡Yo la agarró y tú le cortas el cuello! ‒ordenó y de la sorpresa los ojos casi se me salen de sus órbitas.
El abuelo agarró a Algodona, la inmovilizó, le tomó de la cabeza y se la levantó.
‒Ándele muchacho, ¡apúrese! ‒.
Sentí que mi corazón se hizo chiquito. Tenía que obedecer. Me acerqué y con las manos temblorosas puse el cuchillo en el cuello de mi oveja. En ese momento el abuelo me pegó un grito.
‒¡Corte… corte, no sea cobarde!
Pasé el cuchillo de un lado a otro de su cuello y la sangre comenzó a salir a borbotones. Después que se desplomó me fui llorando al cuarto con las manos ensangrentadas. Toda la noche aullaron los coyotes.
Han pasado algunos años y aún recuerdo a mi oveja; veo su triste mirada, escucho sus balidos, pero, sobre todo, siento escurrir lentamente entre mis manos el calor de su sangre.