Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Alephsofía: Hacer a Sócrates en el Siglo XXI

Por Ulises Paniagua

Marzo 2022

 

Habría que imaginar qué ocurriría si Sócrates hubiese nacido en pleno siglo XXI. Tendríamos que suponer, para volver el asunto más interesante y complejo, que Sócrates fuese mujer. Es decir, una Sócrates en lugar de un “él”. Agreguemos que esta -chica no mayor de cincuenta años- fundara una corriente de pensamiento ajena a cualquier tradición; una forma distinta que no persiguiera un desfile de teorías y nombres que, por muchas razones, pudieran resultarle anacrónicos, misóginos o excluyentes: idealismo, fenomenología, ontología, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Hegel (notemos que en esta lista no aparece un nombre femenino, y que muchos de estos autores depreciaban las capacidades intelectuales de las féminas y las feministas). Por último, pensemos que esta Sócrates se sitúa en medio de una hipermoderna realidad o irrealidad, según el punto de vista, un mundo ambiguo, de humo y líquido (tendré que citar a Bauman, sin remedio) donde la gente vive a la par tres vidas: la virtual, la física y la imaginaria que, de manera colectiva, liga a ambas. Esto es, la vida de quien la gente cree ser en su casa y en las calles; la de quien finge ser en la virtualidad; y la de quien realmente es, a juicio de los otros, dentro de la materialidad y la nube de fotografías, videos y datos que es la red.

Esta nueva pensadora nacería en el epicentro de una era de pandemias sucesivas, guerras bacteriológicas, espionajes de drones y hackeos interbancarios. El problema del ser y estar, tan manoseado sería, si no distinto, sí más profundo. Acudiríamos a un planteamiento entre seres fragmentados en personalidades que requieren cumplir con el sentido de brindar una imagen para los demás a cada segundo. Una paradoja que se desprende de su contexto, eso sí, en honor a un revisionismo marxista que ya podríamos dejar de llamar marxista (Marx no lo inventó todo, no era incluyente con las mujeres ni especialista en estudios sobre Latinoamérica).

La nueva Sócrates no llevaría tal nombre, no fundaría la misma especie de Filosofía a la que, por cierto, no se denominaría del mismo modo. La Filosofía, así, dejaría de ser Filosofía para convertirse en un asunto nuevo, fresco, vital. Basta imaginar que si la experiencia, la aventura del pensamiento y el conocer o reconocer volviese a iniciar, habría otro tipo de Platonas, de Aristótelas, de distintas y distintos Nezahualcóyotls o Budas; alguna que otra u otro Ibn Arabi ¿Para qué volveríamos a lo mismo? El mundo indagaría en su esencia con un tacto distinto, miraría con la yema de los dedos; aspiraría el aroma de la música.  Procuraría, en lo posible, rehuir las viejas letanías de lo comprobado una y otra vez como una verdad irrebatible. Desaparecerían las citas casi bíblicas: (Habermas, 1960, pp.19), (Spinoza, 1654, pp.7). Ya en tiempos cercanos, Leonardo da Jandra cuestiona el ejercicio de la filosofía como un recital de “citología” (el neologismo es mío). Se corre el riesgo, ante esta paradoja contemporánea, dice, de explorar los abismos de la materia y la antimateria repitiendo el conocimiento como loros amaestrados. Sócrates estaría feliz ante una propuesta de cuestionar a Sócrates.

Es necesario, al llegar a este punto, declarar que la filosofía clásica es, en esencia, europea por supremacía impuesta; misógina por el asalto violento a la razón; y hermética por conveniencia de ciertos poderes políticos y económicos a nivel global. Hacer, refundar esta disciplina sería volver el mundo de cabeza, cuestionar la realidad y lo imaginario una y otra vez, replantear los antiguos errores epistemológicos con un término (no categoría) que dejase de llevar el nombre de “epistemología”. Hay quien lee y aprende las frases de los autores reconocidos en esta disciplina (filósofos profundos) para de manera superficial impresionar a su ligue en turno, esconder las carencias de autonomía de pensamiento, o simplemente para sentir que adquiere una jerarquía superior al resto de las personas a las que mira como analfabetas poco “blanqueados” en el arte de pensar.

            Por supuesto, es imposible, ridículo y necio desacreditar la vasta tradición helénica, germana y francesa que incluye ideas fundamentales sobre la existencia, la coexistencia e incluso la configuración de partículas que conforman el macro y el microuniverso (ápeiron). Sin embargo, no podemos abusar de nuestra ceguera, pecar de ingenuos o cómodos: sabemos que lo dicho no basta; es necesario conformar, proponer una nueva esencia de lo que hasta ahora conocemos como Filosofía. Para ello, sería inevitable incluir las macro y microcosmogonías que nacen del ejercicio del pensar en diferentes tradiciones: la cultura inca, la cultura mexica, los persas, los mayas, los árabes, los esquimales, los pequeños pueblos del Amazonas. Aquel conglomerado de la Filosofía del Siglo XXI enfrentaría así un reto gigantesco: una verdadera inclusión racial, de género, de diversidad, de latitudes.

La Filosofía del siglo XXI debería ser el punto donde convergen, se bifurcan y expanden todas las filosofías del planeta. Podríamos llamarla Alephsofía, por dotarla de un nombre y en honor a Jorge Luis Borges o a una Georgina Luisa Borges. En México, por ejemplo, me gusta leer a Óscar de la Borbolla y a Enrique Dusell. A nivel Hispanoamérica, a María Zambrano; en otras regiones del mundo (somos una región global) busco lecturas de Marina Garcés y, desde luego, de Byung Chul-Han. Los filósofos tradicionales confrontan a estos autores, y es natural que ello ocurra. Los califican como básicos. Pero seamos honestos: la Filosofía que conocemos no se hizo en un siglo, ni siquiera en un milenio. Los griegos se desarrollaron durante más de cinco centurias, al menos, y sólo en el tiempo más cercano a su decadencia fundaron escuelas del pensamiento. Si la intención fuera retomar las directrices del conocimiento, ¿cómo evitar ser básicos? Se debe iniciar por algún lado. Cada nuevo capítulo tiene una línea de arranque. Y no es que no se sea profundo, es que se plantea lo diferente: lo decolonial, lo radical, lo feminista, lo igualitario. Una filosofía para todas y para todos.

La línea que conocimos murió. No es que no tenga validez, pero que hay que situarnos en otro contexto. Es necesario reformular la complejidad de la existencia ante la imagen que devuelve el reflejo de una laptop, un celular, la extinción de los recursos naturales o una guerra nuclear. Aristóteles dormía tranquilo sin imaginar la desecación de los ríos o la radiación de los rayos ultravioleta provenientes del sol. Diógenes de Sinope no soñó la bomba en Hiroshima. Si dirigimos la mirada hacia aquello que se ha denominado como originario descubriremos que muchos pueblos ya intuían la “atemporalidad del tiempo”, el romance del mismo con el espacio, la conjunción morfomagnética entre los seres vivos y la naturaleza, la relación íntima entra la parte y el todo como una función orgánica indisoluble, el dulce sopor de la muerte, la extraña y armoniosa confusión entre muertos y vivos al estilo de Juan Rulfo en Pedro Páramo. Algunos sabían que no existen cuatro puntos cardinales, sino siete: norte, sur, este, oeste, arriba, abajo y dentro de uno mismo (cosmogonía cherokee). Intuían que arriba puede ser abajo, también. Conocían la perpetua continuación de lo que parecía incontinuable.

Es posible que mucho de lo que la supuesta civilización occidental supremacista considera como sus grandes logros, Teoría de la Relatividad, Psicoanálisis, Capitalismo, fuera ya entendido y resuelto por medio del Zen, de las mitologías de tribus que no conocían ciertos tabús familiares, y que practicaban el trueque comunitario sin afán de competencia. El mundo y el Universo existían antes de que alguien se atribuyera el haberlo inventado o descubierto. Es solo cuestión de cerrar los ojos para abrir el canal de las percepciones. Es cuestión de ampliar el radar de lo sensible, de lo entendible.

Se piensa en todas las comunidades del mundo (hasta ahora no se tiene noticia de que alguna raza posea facultades intelectuales superiores). Es el momento de reconocerlo. Habría que esperar una nueva era, la de la Alephsofía, el intervalo en que surja un nuevo Sócrates que no se llame Sócrates, que no sea un él, sino quizá una ella; o mejor aún, un nosotros (a la cosmogonía tojolabal y los estudios de Edgar Morín les agradaría esta propuesta).

Tendríamos que aprender a reconocer el mundo de forma horizontal, abierta, interdisciplinaria, infinita, permutable. Después de todo, han pasado más de dos mil años de que se fundó lo que conocemos como Filosofía -y lo que tergiversaron los monasterios medievales mediante el control de ella- ¿Qué otra crítica, sino la que aquí se plantea, ejerce Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa, una crítica que permite la amplitud de la razón y la sensibilidad?

Ya es tiempo. Siempre ha sido el tiempo. Debemos reconstruir lo pensado para no morir pensando que debimos pensar diferente. Sólo es cuestión de aprender a volver a mirar. Desde luego, con ojos nuevos. Los mismos. Los que han estado siempre allí. Basta que recordar que arriba es abajo. Basta recordar que sensibilidad es pensamiento.

 

 

 

 

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos, en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, Creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.