Al mirar aquellas flores
Por Javier Trejo
16 Octubre 2020
No duermo bien. Mis sueños se ponen en mi contra. Cada vez que despierto veo la misma imagen: La luz que se cuela por las cortinas blancas y cae sobre mi cama. Duermo del lado izquierdo, se puede decir que del otro lado duerme mi almohada color verde floresta, siempre amanezco abrazándola. Me encanta el sol porque es bueno para mi jardín. Tengo mucho espacio. Un sendero de rocas conduce hacia mis arbustos, flores y árboles. En el centro hay una palmera pindó, la sembraron mis padres cuando yo era niña. Tengo un rosal de gandiflora rosa pastel, un arbusto mandiyurá de flores lilas, un girasolillo junto a la barda y un malvavisco de flores amarillas que podo con regularidad. Nati, la dueña de la florería, tiene un vivero. Cultiva flores raras y prometió entregarme algún día una áster azul, probablemente cuando la primavera llegue a nuestra Argentina. La espero con ansia.
Vivo con mis viejos. Me apoyan en todo y me tienen confianza. Tomo clases en la Universidad y laburo medio tiempo como niñera, así fue como conocí a Aarón. En alguna ocasión tuve que cuidar a su hermana pequeña, Malena. Ella se encontraba muy tranquila recostada sobre la cama mirando televisión. En la habitación había un espejo. Me puse de pie y me miré en él.
Mi piel es blanca pero mi cabello es muy oscuro, por eso me dicen “negra”. Mi buzo favorito es blanco, tiene un estampado azul que dice: “Young hearts run free”. Ese día yo llevaba puestos unos leggins grises y zapatillas marrones. Me di cuenta de que el aroma de mi rosal me había impregnado las ropas. Escuché el sonido de la puerta abriéndose. Aarón acababa de llegar. Entró a la habitación para saludar a su hermana. Di un giro, golpeé la mesita de centro y uno de mis libros cayó al piso.
—Male, ¿por qué no te has dormido? ¿Quién es tu amiga?, ¡está divina!
Traía una remera púrpura. Me encantó cómo lucía, con su cabellera alborotada y sus brazos musculosos. Quedé hecha una pelotuda. Me ayudó a levantar mi libro del piso. Pude respirar su aroma cuando estuvo cerca.
—Ella se llama Eva, le gusta estudiar y ama las flores.
Aarón me guiñó un ojo.
En nuestra primera cita paseamos por la plaza mayor. Nos detuvimos a la sombra de un árbol. Aarón llevaba su guitarra y me cantó una canción relinda que escribió para mí. Recuerdo un poco: “Lo que más me gusta de vos son esos labios rojos como el fuego. Sos mi debilidad, no importa nada más allá de vos, dulce corazón, mi flor”.
Le di bola desde el primer momento, deseaba que fuera el indicado. Otro día lo invité a casa y le mostré mi jardín. Mientras yo rociaba agua sobre mis plantas él volteaba constantemente para mirar los autos pasar por la calle:
—¿Querés comer?
—Sí, dale, vamos.
Cerré la llave del agua y solté la manguera sobre el pasto. Sin cruzar palabras entramos a la casa. Le ofrecí choripanes y cerveza. Sabía que le gustaban, me lo había contado Malena. Nos sentamos a mirar fútbol. Él gritaba mientras yo lo tomaba por el brazo. De pronto hubo un gol y sufrí un tirón. Disfruté mucho aquella tarde. Me sentía feliz.
Las cosas en casa salieron de maravilla. Mis viejos son una masa, no podría soñar unos mejores. Me dieron libertad total para salir con Aarón.
—¡Es chévere que estés saliendo con un pibe, negrita! —dijo mi madre.
—Pensé que vos me reñirías.
—Tu vieja tiene razón. Sos una chica muy solitaria.
Comenzaba a conocer los secretos de Aarón. Me encantaba que me contara lo suyo y confiara en mí.
—Nunca intento ser lo que los demás esperan, ni tengo miedo a decepcionarlos. Solo pido que nadie se meta en mis asuntos. Detesto a las personas que te cagan a pedos. Solo me importa mi arte y que el mundo se vaya a la mierda… Negra, sos un ángel, una divina. No tenés por qué escuchar mis pelotudeces.
Pasado un mes, hicimos el amor en su casa. Al terminar, él se quedó dormido. Acaricié su espalda, me hipnotizaba. Minutos más tarde despertó, pareció sorprenderse de que me encontrara allí.
—Te llevaré a casa.
No paré de besarlo durante el camino. Esbozaba una tenue sonrisa en sus labios. Su cara se tornó roja. Pienso que le provocaba vergüenza que nos vieran andar juntos por la calle. Estaba realmente entusiasmado.
A partir de entonces tuvimos muchos encuentros. Aarón se convirtió en un nuevo elemento de mi cama. Comencé a necesitar su cuerpo y su presencia. Él dormía del lado derecho.
Pero todo cambió súbitamente. Los ensayos y las presentaciones de su banda comenzaron a separarlo de mí. Lo llamaba por teléfono todos los días buscando una oportunidad.
—Nos vemos en el concierto.
—¿Vos sos loca? Me pondré nervioso si venís, no podré tocar.
—Pero, casi no te veo.
—Después, negrita, lo prometo.
Pasaron tres meses y nada. No aparecía. Ya casi no contestaba el móvil. Mis viejos me preguntaban por él, me daba vergüenza responderles la verdad. Pasaba todo mi tiempo en el jardín. No volvieron a contratarme para cuidar a Malena. Busqué a Aarón en sus conciertos pero nunca pude acercarme lo suficiente. Hasta que un día le llamé a su móvil, escuché el tono y luego voces.
—¿Quién es?
—Esperá, esperá, ahora te digo, vos seguí tocando.
La voz de la mujer abrió paso a Aarón y su guitarra.
—Lo que más me gusta de vos son esos labios rojos como el fuego. Sos mi debilidad, no importa nada más allá de vos, dulce corazón…
Recordé la canción. Sentí que se me revolvía el estómago.
Terminó de cantar. Seguí escuchando.
—¡Qué lindo, Aarón! ¡Che, te quiero mucho!
La chica hizo una pausa para atenderme.
—¿Hola…? —dije.
—Con Aarón, por favor.
Le dio el móvil.
—¿Cómo estás?
Reconoció mi voz.
—¡Deja de hincharme las pelotas! —colgó.
No resultó como esperaba. Algunas personas no entienden nada de flores. Cultivar las amistades y relaciones no es difícil, ¡pelotudo de mierda!, no hace falta dar mucho, solamente algo de atención y agua.
En casa mis viejos comenzaron a preocuparse.
—Negrita, ¿por qué no sonreís, qué pasa?
Antes que responder, preferí escaparme. Entonces comenzaron los malos sueños extrañando a Aarón. Despertaba sintiendo que algo me faltaba y lo imaginaba recostado junto a mí. Recordaba sus besos, sus caricias. Comencé a colocar mi almohada en su lado de la cama. Por reflejo, la abrazaba cada noche. Recordar era una tortura insoportable. No tenía ánimo de nada.
Un día me encontré a mi amiga Nati paseando por el centro comercial. Me besó al saludarme.
—Tenés que venir a visitarme a la florería para darte lo que prometí.
Levantó mi cara tomándome por el mentón. Pude ver sus ojos azules y su cabellera de rizos rojos. Sonreí.
—Mañana mismo paso. Lo prometo.
Y así llegamos al día de hoy. Me encanta el amanecer primaveral en Buenos Aires. La atmósfera es diferente. No sé cómo explicarlo. Después de lo que me ha ocurrido lo mejor será quedarme tranquila. Tengo que olvidar. La vida es como las estaciones: Con el otoño, todo se cae a pedazos; luego viene el invierno y finalmente la primavera. En mi corazón, ahora es otoño, pero eso no durará para siempre.
Camino rumbo a la florería. Sé que me encuentro cerca porque acabo de cruzar la avenida. El semáforo destella luz verde. A través de la vitrina puedo ver los arreglos florales. Una clienta de pollera amarilla cruza por la puerta. Entro a la tienda. Nati se encuentra confeccionando un ramo.
—Eva, ¡qué chévere, viniste!
Me propina un beso.
—Tomá, vengo en un momento.
Me deja el ramo y atraviesa una puerta. Vuelve cargando una pequeña maceta de cuya tierra brotan flores azules con forma de estrella.
—Para vos.
No sé por qué al mirar aquellas flores me conmuevo tanto. Son bellas. Sus pétalos me enamoran. También las llaman “margaritas azules”.
—Me reencantan, Nati. ¡Mil gracias!
—Eva, te quiero preguntar algo… ¿Vos podés apoyarme en la florería? Me salió un viaje de negocios a Toronto y necesito a alguien de confianza que sepa lo que hace.
Con un movimiento de mi cabeza contesto que sí. No puedo articular palabras. Me parece increíble. Nati me abraza.
Cuando regreso a casa por la calle gris, el semáforo está en verde. Los autos brillantes avanzan por la avenida y tengo que esperar. A mi lado hay un joven, lo miro de pies a cabeza. Lleva zapatillas Supra, jeans, campera deportiva, todo de color azul. Eso llama mi atención. Intento mirar su rostro. No puedo creerlo… No sólo tiene los ojos azules, también la piel. Me mira. Pienso que me estoy volviendo loca. Tras encontrar sus ojos con los míos baja la mirada hacia la planta. Parece un sueño, todo es tan irreal.
—Bonito color —dice.
—Eh, ¿qué decís?
—El de la flor, bonito color. Tenés buen gusto.
—Pero… ¿Por qué vos…?
—Ah, eso… Tengo una enfermedad, por eso mi piel ha cobrado este color. Pero, ya me encuentro en tratamiento. Podés llamarme Hovi, así me apodan.
Saca la mano azul del bolsillo y me la ofrece.
—Yo me llamo Eva, mucho gusto.
—¡Qué lindo nombre!
El semáforo cambia a rojo.
—Tengo que irme ya, hay que trasplantar estas flores —espabilo.
—¿Tenés un jardín?
—Sí, ¿te gustan? Si vos querés te lo muestro.
—Ah, encantado. Me interesan mucho las plantas. Dejame ayudar.
Hovi carga la maceta marrón y cruzamos la calle gris.
—¿Qué quiere decir “Hovi”?
Me mira sonriente.
—Es guaraní, y significá “azul”.
Me inclino hacia él y lo tomo por el brazo.
Caminamos.