A veces despierto temblando
La novela de Ximena Santaolalla
Por Beatriz Rivas
Junio 2022
Empiezo sin máscaras. Directo al grano y sin adornos: esta es una de las mejores novelas que he leído en mi vida. Jamás había hecho una afirmación así al terminar de leer un libro. Nunca antes. Pero éste, lo amerita. Y eso que al terminarlo (por cuarta vez, el domingo pasado) odié a Ximena. Sí, la odié y la sigo odiando porque no nos tiene piedad. No le importa sacudirnos, indignarnos, quitarnos la tranquilidad, horrorizarnos, estremecernos. Incluso, asquearnos. Pero no se asusten: vale mucho la pena leerla. Prometo que no se van a arrepentir.
Lo impresionante es que es una novela dolorosamente bella. Sí, bellísima. Horripilante y conmovedora al mismo tiempo. Llena de ternura aunque, también, aterradora. Cruda y poética a la vez.
Creo que ya quedó claro que el tema elegido por la autora es desolador. Los genocidios, las masacres siempre son desoladoras. Más de 100 mil víctimas entre desaparecidos y muertos, según la ONU, durante la dictadura negra de Ríos Montt, en Guatemala. Otro número más de desplazados o exiliados. Un genocidio impune. Pero como hay personas expertas en el tema, yo prefiero detenerme en cómo está escrito, porque si un autor gana un premio tan importante, sobre todo con esa calidad de jurado (Cristina Rivera Garza, Julián Herbert), es por la manera en que la novela está narrada. Y en ese rubro, Santaolalla nos demuestra que tiene mucho talento. De hecho, si por algo la joven autora decidiera no volver a escribir jamás, solo con este libro ya habría dejado una profunda huella en la literatura latinoamericana y en la memoria histórica de Guatemala y de México.
A veces despierto temblando nos presenta una galería de personajes bien construidos, verosímiles, todos con voz propia. Realmente parecen sacados de un documental: podemos verlos, escucharlos, sentirlos. Los odiamos o los amamos. La autora sabe crear una inmediata empatía. Hace que nos importe lo que les sucede. Los va presentando de uno en uno, uno por cada capítulo, entrando de lleno en la acción. Nos ubica en un lugar geográfico y en una fecha específica. Y así, nos vamos adentrando en la historia de Yunuen, conocido como Ocelote, de Aura, de Francisco Chinchilla, Estrella, El Dedos, Lucía, Camilo etc…. A cada uno le da una características física y psicológicas muy particulares. Nos damos cuenta muy pronto que hay víctimas y verdugos, aunque Ximena sabe tomar una sana distancia del maniqueísmo que es tan dañino para una novela. Nos presenta seres humanos de carne y hueso. De pasiones y odios. Cada quien cargando un pasado que los hace ser quienes son, que los “obliga” a actuar como actúan pero, eso sí, sin disculparlos. ¿Cómo disculpar a quien goza viendo sufrir al otro, a quien disfruta torturarlos, asesinarlos?
A veces despierto temblando es una novela polifónica. Cada voz, distinta y bien lograda, nos va aportando algo de la historia. La oralidad que consigue Santaolalla es genial. Cada personaje que entra, narra en primera persona del singular, desde su punto de vista. Es decir, cambiamos continuamente de puntos de vista y eso nos da un enorme y rico mosaico. Es como si cada voz, cada capítulo nos aportara un pedazo del rompecabezas de la gran trama y de las pequeñas historias alrededor de ella. Vamos viendo la manera en la que poco a poco se suman los elementos, las anécdotas, brincando del presente al pasado, de un personaje al que sigue. Vamos entendiendo, también, cómo se arma el hilo conductor. Cómo se unen los puntos de vista y las historias particulares. El de allá de pronto aparece acá y nos enteramos que son hermanos, o primos, o que uno es la víctima y el otro el encargado de torturarlo. Que coincidieron o coincidirán en tal o cual lugar. Empezamos a jalar los pequeños hilos de la gran madeja, hasta formar, en el final, la Historia completa.
La investigación, por otro lado, no le pesa al lector. Es tan sutil, que se agradece. Me explico: se ve muy profesional y nos damos cuenta de que la autora pasó muchas horas revisando archivos y testimonios, leyendo libros y documentos, pero no se siente forzada. Hace un perfecto matrimonio con las historias que se cuentan. Ximena supo exactamente qué usar, en dónde meterlo, de qué manera para que todo fluyera. En este sentido, hay dos capítulos a destacar: los que retratan el testimonio de Victoria.
Los libros que más me gustan, son aquellos que no me dan todo “masticado”. Que me exigen como lectora. Que me obligan a ir llenando espacios, vacíos dejados a propósito, ir construyendo y reconfigurando conforme voy pasando las páginas. Que me hacen pensar, reflexionar. Que me llenan de cuestionamientos. Así es esta novela. No podía parar de leer, aunque confieso que de vez en cuando tenía que dejarla a un lado, porque mi indignación o mis ganas de llorar eran demasiadas. Debía tomar un respiro, volver la cabeza hacia mi ventana y observar el paisaje para recordar que no todo es horror e injusticia en esta vida. Que todavía hay seres humanos que conservamos a nuestro nagual. El nagual, de hecho, es otro elemento muy importante. Tan importante que los personajes, al perderlo, pierden su alma, su espíritu, pues.
Me parece que la novela de Ximena Santaolalla está escrita desde las entrañas. Con corazón, cerebro y vísceras reunidas en un amasijo de emociones. Además, es necesaria. Realmente es una lectura obligada para todos quienes queremos seguir siendo humanos, seguir conservando a nuestro nagual. Es obligatoria porque no podemos permitirnos ignorar las injusticias que suceden en este mundo nuestro. Pero también por la belleza y originalidad de su prosa. Por su construcción poética. Por la maestría con la que consigue que la manera de hablar de los personajes se sienta tan auténtica.
Conozco a Ximena desde hace muchos años. Probablemente 20. Y hace unos cuatro o cinco la vi entrar a mi taller literario con un pequeño cuento sobre un tal Tereso. El texto era impresionantemente poderoso. Y daba para mucho más que unas cuantas cuartillas. Después llevó otro, con otro personaje igual o más sugestivo. Un buen día, la autora decidió convertirlos en novela. Sabía que había mucho que decir, que contar, que denunciar. Investigó más y más. Siguió escribiendo. Reestructuró la historia. Modificó escenarios. Reordenó los capítulos. Desarrolló más profundamente a los personajes y lo que a ellos les sucedía. Fue tejiendo, con una paciencia emocionante, la trama. Pidió consejos, decidió estudiar una maestría en escritura creativa, reestructuró su novela todas las veces que consideró necesarias. Al obtener el premio Mauricio Achar Literatura Random House 2021, demostró que a la genialidad y las musas se les encuentra creando, haciendo un esfuerzo, no cejando. Dando lo mejor de sí misma, aunque suene a lugar común. Como si se hubiera dicho, frente a un espejo: Si he de escribir una novela, tiene que ser la mejor. Tengo que hacer algo muy bien hecho. Y si he de publicarla, voy a conseguir que sea inolvidable. Que cimbre. Como dice ella misma en la Nota de la Autora: “Espero que este libro duela”. Lo consiguió por completo. Pero no es un dolor inútil. Creo que es un dolor que además de invitarnos a abrir los ojos y a reflexionar, nos obliga a actuar en lo poco o mucho que podamos hacer. Son historias que nos sacuden y que no nos dejan indiferentes. La indiferencia debería ser un pecado mortal hoy en día. El desinterés del resto del mundo en eventos terribles, como los que sucedieron en Guatemala y han sucedido en otros países de Latinomérica, debería ser castigado. No podemos dejar que la humanidad siga siendo testigo de genocidios, explotación sexual, torturas, violaciones masivas )como las que cometieron los soldados entre las mujeres de la comunidades en Guatamela), entre otros tantos actos de crueldad, y quedarese de brazos cruzados.
¿Cómo sobrevive una persona a todo esto? ¿Cómo queda un país después de haberlo experimentado?
Por último: el final. Es lamentable que no pueda hablar de él de manera directa, pero es uno de los mejores finales de novelas que he leído. Desde el último testimonio de Victoria, la autora nos deja con el estómago y el corazón hechos añicos. Con el cerebro hinchado de enojo, de tristeza, de indignación.
Hay quienes huyen de las lecturas fuertes, quienes prefieren no enterarse lo que pasa más allá de la puerta de su casa. A veces despierto temblando es un grito, un grito que de verdad no podemos ignorar. Insisto en que es un libro que debe ser leído, comentado, analizado. “Si los olvidamos, ellos ganan”. Ganan los “malos”. Así que olvidemos nuestro egoísmo un rato, nuestras ganas de sentir que todo está bien y que no pasa nada y leamos a Ximena Santaolalla. Además, como ya lo dije, encontrarán una narrativa inteligente, sensible, muy bien lograda y bellísima.