Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

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Banquete

Por Cuauhtémoc Estrada 

 

Arrastras los pies: señal de que no soportas más el peso de tu cuerpo. Quisieras dejarlo por ahí, botado en alguna esquina de esta vieja ciudad. La jornada ha sido dura y lo resientes.

Con cada paso haces flotar el polvo de los siglos que se acumula en este suelo —asesino de un lago milenario. Las luces amarillas comienzan a encenderse y se mezclan —en esta ciudad ¿todo es revoltijo, piensas— con la polvareda que levantas, tornando el aire brumoso y denso, envolviéndote. No puedes ver más allá de la distancia que alcanza tu brazo estirado.

Entras en un estado de ensoñación. Observas cómo, frente a tus ojos, partículas y luz danzan formando siluetas que de a poco se van haciendo más nítidas y parecen salir del letargo del tiempo.

Comienza el desfile. Observas cómo estas calles, llenas de construcciones hechas de piedras antiguas, se van poblando, se van llenando de gente. Puedes ver hombres barbados, vestidos de hojalata; mujeres y hombres morenos, fuertes, que usan mantas y plumas como ropas; negros y negras con rostros de dolor por haber sido arrancados de su origen; jóvenes con el puño en alto y orificios en el cuerpo; ves a muchas personas polvorientas, como si hubieran pasado días bajo escombros; pero también ves a personas que quisieron ser acalladas por
denunciar, por mostrar verdades; a muchos y muchas odiados por ser  considerados diferentes, a mujeres temidas por ser soberanas.

Sabes entonces que esta es la tierra de los muertos, que aquello que llaman Mictlán — uno entre mil nombres— es en realidad esta ciudad. Esta es la verdadera ciudad de los muertos.

Ahora sientes que se aligera tu cuerpo, no te pesa, ya no arrastras los pies, sino que ahora sientes que flotas. Descubres, pues, el camino amarillentonaranjado de luces titilantes y flores aromáticas. Recuerdas que hoy es el festín del que eres el principal invitado.