Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Conversaciones con el Diablo

 
Autor: Ramiro Padilla
 
Agosto 2022
 
 

Un aspirante a escritor, sanguíneo y quizá, con una dosis moderada de imbecilidad, entró a la cantina  con ganas de echarse un trago, de escapar por unos momentos de la vida. Había aprendido que era su única escapatoria. Pensó  en las dosis de depresión acumulada  entre esas paredes; mujeres con sobrepeso, albañiles en trajes de faena, y padrotes ruidosos y descorteses, todos en perfecta armonía. El cantinero no era sino una figura espectral con sobrepeso, habitante de ese espacio desde el principio de los tiempos. Caminó hacia el fondo, a la mesa que le gustaba,  atravesando la pista, distinguiendo de reojo unas de ficheras de botas  arriba de la rodilla y vestidos chillantes,  que bailaban con un par de tipos de rostro indefinido. Se quitó la chamarra y pidió un tequila con la misma seña de siempre, un movimiento ascendente del brazo con los dedos índice y medio juntos, y el pulgar separado. La mesera, vieja loba de mar, sonrió a través de una boca desdentada y desigual. A su derecha, un hombre vestido de manera extraña departía con dos tipos. Uno de ellos era un negro de aspecto triste que acariciaba una guitarra. El otro, un individuo extremadamente delgado y de barba irregular que miraba a ninguna parte.

—¿Lo de siempre?— preguntó la mujer sacudiendo la mesa con una toalla que había visto mejores días.

—Sí chulita—dijo el hombre.  La mujer acomodó la toalla en el mandil y giró sin gracia hacia la barra. Regresó con dos caballitos de tequila acomodados justo al centro de la charola.  El hombre apuró el primero como si se lo fueran a robar. Pudo apreciar el calor y la rispidez del alcohol deslizarse por su garganta mientras sus ojos se contraían. Sintió que alguien lo miraba. El hombre de la otra mesa levantaba un vaso en dirección a él con una sonrisa enigmática. Por lo que pudo distinguir, era un hombre de facciones angulosas y barba de candado. Notó que llevaba el cabello envaselinado como en las películas clásicas. Vestía un traje a rayas y una corbata negra.  Levantó el segundo caballito y brindó con el extraño a su vez. Luego volteó de nuevo a la pista. Las ficheras intentaban unos pasos de cumbia sin ganas. El sonidero saltaba entre géneros de manera anárquica. Alternaba cumbia, banda y luego rock clásico. Volteó de nuevo hacia el extraño trío. Pidió otros dos tequilas. El negro se inclinaba hacia la guitarra intentando afinarla. El otro tipo tosía cubriéndose la boca con un pañuelo mientras el hombre lo observaba con una sonrisa. Vio que se levantó y arrimó una silla. Luego le hizo una seña para que se acercara. Apuró un caballito y caminó hacia ellos. Pensó que una buena conversación con los extraños le vendría bien.

—Me da gusto que haya aceptado unírsenos— dijo el hombre con un ademán, un movimiento con la mano que denotaba educación, elegancia—le presento a mis amigos, Nicolás y Roberto. El negro se tocó el sombrero y siguió afinando al guitarra. El otro tipo lo miró un par de segundos y perdió interés.

—Al contrario, un placer—dijo el escritor.

—¿Cómo va su próxima historia?

El escritor respingó—¿Me conoce?

—Por supuesto—dijo dándole un sorbo al vaso—¿Aún no se ha dado cuenta de quién soy? Me decepciona. Usted dijo hace unos días que con gusto me entregaría su alma si lo hacía famoso, y pues mire, aquí vine a visitarlo.

Tragó saliva. No era la imagen que esperaba de él. Justo un par de días antes, cansado de todo, en un arranque de furia, había prometido su alma al diablo si este lo ayudaba. Y ahora estaba allí mirándolo fijamente  con una sonrisa agradable, genuina.

—¡Mesera!—gritó el diablo—¡traiga una botella de tequila completa!

La mujer llegó en pocos segundos. El diablo sacó un billete de cien dólares y le dijo que se quedara con el cambio. La mujer sonrió emocionada.

—Enfisema pulmonar—dijo acomodándose la manga de la camisa—le queda poco. Encima le pagué con la moneda que uso para dominar al mundo,  ¿No es así Roberto?—El negro asintió con una sonrisa.

El escritor apuró otro vaso.

—¿Aún no reconoce a mis acompañantes?

El hombre negó con la cabeza. —Nicolás, “Niccolo” Paganini, el mejor violinista del mundo gracias a mi ayuda. Roberto, “Robert” Johnson, padre del blues, por supuesto, gracias a mí también.

—Tengo entendido que muchos grupos de rock le agradecen su apoyo.

—Esas son tonterías esparcidas por mi adversario—dijo divertido—como el che Guevara me he convertido en marca comercial. Imagine usted, un grupo de tarados que usan mallas y cabello largo me usan para vender más discos y la imagen de malos. Es lo más anti masculino que hay. Solo soy padre de estos dos— dijo dándole unas palmadas en la espalda a Paganini, que de nuevo tosía de manera incontrolable.

—El vencedor siempre controla la narrativa. Mi adversario ganó y solo cuenta su parte.

—¿Entonces, no existe el infierno?

—Existe la repartición de botín, de territorios, como la cortina de hierro.

El escritor asintió. El diablo se incorporó y caminó a la salida. Lo vio conversar con el guardia por unos segundos. Luego vio como cerraba la cantina. Regresó y se sentó de nuevo cruzando la pierna. Encendió un cigarro e hizo figuritas de humo.

—Usted me cae bien—dijo el diablo—por eso vine a visitarlo. El escritor se encogió de hombros. Creció con la imagen terrorífica de él. Pero parecía hasta agradable. Robert se incorporó cogiendo una silla por el respaldo. Luego caminó hacia la pista donde los bailantes le abrieron paso. Acomodó la silla e hizo un par de acordes, practicando. Luego con voz estentórea  dijo en perfecto español, —va por usted padre.

El diablo sonrió y le hizo un ademán.

Temprano esta mañana

Cuando llamaste a mi puerta

Temprano esta mañana ooh

Cuando llamaste a mi puerta

Y yo dije, hola Satanás

Creo es hora de irnos

Yo y el diablo

Estaba caminando a mi lado

Yo y el diablo ooh

Estaba caminando a mi lado

Voy a golpear a mi mujer

Hasta que quede satisfecho

Los parroquianos lo miraban hipnotizados. El diablo dejó escapar alguna lágrima mientras se levantaba a aplaudir. Al escritor le pareció extremadamente humano. Se levantó a aplaudir también mientras Robert se levantaba y con un ligero toque del sombrero se despedía.

—Que sea el diablo no significa que no sepa apreciar la belleza—dijo recobrando la compostura—¿No es así Nicolás? El flaco asintió y se perdió de nuevo. —Volvamos a lo nuestro. Usted requirió de mi ayuda y mire que estoy de vena. ¿Está dispuesto a pagar el precio?

—Solo si el infierno no existe.

El diablo sonrió—El infierno lo inventaron los ayudantes de mi adversario. Los pactos conmigo son más banales mi amigo. De hecho, lo único que le pediré a cambio de fama y fortuna, es que me lo agradezca de manera pública una sola vez. Si está de acuerdo procedemos. El escritor sonrió. Después de todo no sonaba tan mal.

—¿Dónde firmo?— preguntó.

—Nicolás, ve por el papeleo al carro, y aprovecha para que traigas el violín. Le daremos un concierto a nuestro nuevo familiar—dijo encendiendo otro cigarro. Luego abrazó a Robert y le dio un beso en la mejilla. —Me gusta su actitud. Y ya que será muy famoso me permitiré darle algunos consejos.

—Escucho con atención—dijo el escritor

—Primero lo primero—dijo tronándole los dedos a Niccolo que regresaba con dos maletines en la mano. Sacó un papel que observó con detenimiento mientras el humo se le colaba en un ojo haciendo que lo cerrara. —Firme donde sea—dijo mientras soltaba una carcajada—discúlpeme. Ahora mismo recordaba cuando visité a Kafka y leí el proceso. Dije, la burocracia es el verdadero infierno de los humanos. Franz lo descubrió de alguna manera y creo que la lectura del libro me perturbó un poco, porque los últimos años hago mucho papeleo.

El escritor sonrió. En cuanto firmó sintió una descarga eléctrica que le recorría el cuerpo. Empezó a mirar todo con distintos ojos, como si se le hubiese proveído con un lente de aumento que intensificaba los colores, las emociones, ahora podía palparlas, como si estuviera drogado.

—¿se siente bien eh?—dijo el diablo—¡Bienvenido a la familia! ¡Niccolo! ¡Robert! ¡Abrazo grupal! Ambos se incorporaron y lo abrazaron. El escritor sintió una felicidad desbordada, genuina, como nunca antes.

El diablo caminó hasta el centro de la pista y pidió que el tipo del sonido le bajara al volumen.

—Señores, hoy se incorpora un nuevo miembro a la familia, un próximo premio nobel, un tipo del que se hablará por generaciones, ¡Démosle un aplauso! Los parroquianos prorrumpieron en un aplauso escandaloso. Luego con una seña, les dijo a Nicolás y Roberto que pasaran  a la pista.

Caminó despacio hacia el escritor y le dijo—Estás a punto de presenciar el mejor concierto del mundo. Paganini sacó el violín del estuche y se lo colocó entre hombro y mejilla. Robert se acomodó en la silla de nuevo y rasgueó la guitarra. El diablo gritó, —¡Un! ¡Dos! ¡Tres! ¡cuatro! Simulando los palillos de la batería, y al instante, el violín y la guitarra empezaron a tocar la música más hermosa que hubiese escuchado. Los dos hijos del diablo en perfecta sincronía.

—Imagínate—dijo divertido—¡tienen toda la eternidad practicando! Ahora a lo nuestro—le dijo al escritor que contemplaba a ambos músicos maravillado. Pero no le hacía caso, absorto en el espectáculo que observaba. El diablo hablaba y hablaba de géneros literarios, de puntos de vista espaciales, de construcción de personajes y un sinnúmero de ejemplos. Dijo que prefería los sonidos sobre las palabras, que por eso prefería a los músicos sobre los escritores, dijo también que la música gregoriana le aburría, que Melville era lo más cercano a un genio, García Márquez  era un santurrón de mierda y que a Vivaldi le gustaban los hombres. Pendejeó a Wagner y mencionó a Celine de pasada, —¡Imagínate!—dijo divertido—¡Un puto francés antisemita!

En fin—dijo sacando un pañuelo y secándose el sudor— hay que nutrirse de todo lo que te dije.

—No volveré a escribir una palabra en mi vida—contestó el escritor ensimismado en la música—aprenderé a tocar la guitarra.