Por Samuel Ronzón

Septiembre 2025

 

La profecía

El premio llegó un domingo, como si supiera que los domingos duelen menos. Para celebrarlo —si eso se llama celebrar— el poeta cocinó arroz basmati y filetes de ternera, en un gesto culinario que parecía pedir disculpas a su yo vegetariano.

La salsa era cátsup light con mostaza hechiza, sobre cebollas que lloraban azúcar. El guacamole tenía cilantro y aceite de oliva. Todo aguacate necesita compañía.

Su madre lo observaba desde el sillón, como una esfinge doméstica. En la sobremesa, entre sorbos de vino blanco australiano, leyó los poemas premiados.

La voz se le quebró justo en el verso que hablaba de perder sin saber qué, esperando la muerte. Recordó la lectura de tarot de hace muchos años: “Vas a ganar un premio, pero no el que deseas”.

Su hermano y Juan aplaudieron. Su madre fingió seguir dormida. En el aire flotaba algo parecido al duelo.

 

Las dos Maribel

Conocí a Maribel Uno en un auditorio inmenso. Estaba sentada en un lugar preferente, y todos la miraban, incluso quienes fingían no hacerlo. Su belleza deslumbraba como un altar encendido, como si el escenario entero se inclinara hacia ella.

Me tocó llevarla ante la maestra de meditación. Le sonrió con una dulzura casi ceremonial. Le pasó por el cuerpo un plumero hecho con plumas de alas de pavo real. Fue un gesto delicado, casi mágico, pero insuficiente. Las plumas no absorbieron todas las energías, no la protegieron del todo. La suerte que le trajeron fue breve, como un resplandor que no alcanza a iluminar el fondo.

La otra Maribel, Maribel Dos, canaliza a los llamados seres de luz. Por ella supe que esta es mi séptima vida, y que cada una ha sido una estación de dolor, resistencia o transformación.

Fui una monja portuguesa que luchó contra la iglesia desde adentro, con palabras que ardían como incienso. Fui una mujer francesa violentada, obligada a quemar sus diarios para no deshonrar a sus hijas.

Morí de hambre en Pakistán a los dieciséis años, y en India fui un padre que rompió los huesos de sus hijas para luego curarlas, como si el dolor fuera un puente hacia la redención. Supe también que mis hermanos actuales fueron mis vecinos, y por ello hemos sido dos hermanos contra uno.

Ahora, solo debo admirar los cuerpos bellos. Nombrarlos. Escribirlos, antes de que me obliguen a borrarlos.