
Están allá afuera
Por Héctor Iván González[1]
Agosto 2025
Marta y yo nos sentíamos extenuados por la actividad en la playa y andábamos medio embriagados por los shots de mezcal. Veíamos una película palomera, cuando, de pronto, sonó el teléfono del cuarto. Por un instante pensé en ignorarlo (quizá hubiera sido lo mejor que podría haber hecho). Unas horas antes, nos habíamos entregado en la cama con el entusiasmo de quien se reconoce en la piel del otro, habíamos recorrido el viaje infinito que dura apenas unos segundos. Había sido una tarde inmejorable. El hotel no era nada lujoso, tenía agua caliente, luz y una tv, viejita, pero que se veía bien. Pedimos room service. El señor que trajo las cosas me pareció normal, pero a Marta le llamó la atención la forma tan puntillosa de observar la habitación. Comimos unas tlayudas con tasajo y chapulines. Abrimos un mezcal espadín muy sabroso, que dejaba un regusto a barro y que no salió para nada caro. También habíamos vaciado algunas cervezas en la playa; así que estábamos algo entonados. Ni siquiera el sol o los mosquitos interrumpieron el deleite. Poco después de un crepúsculo que contemplamos en el balcón, seguimos con más mezcal y más cervezas. Al levantarme a contestar, Marta debió pensar que era para mí, porque dijo que aprovecharía para darse un regaderazo. El timbre volvió a repiquetear con cierta desesperación.
Tomé la bocina.
–Sí, bueno… –debía sonar un tanto ebrio.
–Buenas noches, señor Rodrigo Campos –intuí que era de la recepción. “Lo corto rápido y me volveré a recostar en la cama en lo que llega Marta”, pensé.
–Sí, él habla, dígame… –soné apresurado.
–Mire, habla el Capitán Jorge Ríos del Cartel Jalisco Nueva Generación… –se oía una voz con un acento autóctono de Oaxaca, nada violento. En ese instante, sentí un frío exagerado, como si estuviera dentro de un témpano. Pensé que era una mala broma–. ¡No vaya a colgarme!
Obedecí, no clavé la bocina en el aparato por mucho que ahora me hubiera gustado haberlo hecho.
–…Mire, este…, lo que pasa es que debemos eliminar un grupo que se nos está metiendo a la plaza, dice.
–¿Y nosotros qué tenemos que ver, disculpe? –pregunté medio alterado. La llamada ya me había dado un bajón bastante cabrón. Me latía muy fuerte el corazón.
–Pues les queremos avisar para que en unos minutos no vayan a salir, dice. Va a ser una operación rápida. Están en su hotel. Entramos a encargarnos de ellos, y salimos. Por nada se vayan a asomar, dice. Es de que nosotros no queremos problemas con el turismo, dice.
–Entiendo, está bien. Muchas gracias.
–Mire, usted es el señor Rodrigo Campos Martínez. Sabemos que están registrados desde el jueves en la habitación 203 de ese hotel, el Ajolote, dice. ¿Estoy en lo correcto?
–… –no quise responder.
–Sí, dice… Mire, usted está acompañado de una dama, la señorita Marta Rodríguez Armenta, dice.
La hoja helada de un cuchillo me recorrió la espalda en ese momento. Ahí sí me bajó la guardia.
–¿Usted tiene celular?, dice.
–Así es –sus frases empezaban a atemorizarme aun más, pensé que lo mejor sería cooperar con este hijo de puta–. Por cuestiones del trabajo, tengo dos celulares.
–¿Y la señorita Marta cuántos celulares tiene? ¿También dos?
–No, ella sólo tiene uno –buscaba colaborar y no retarlo.
–Enterado, dice –dijo.
En ese momento, Marta salió del baño con el cabello mojado y una toalla que la envolvía. Fue como si dos realidades se alternaran en ese momento, y no actué bien a esa visión.
Sentí pánico.
No supe reaccionar.
–¿Usted a qué se dedica, dice? –continuó el Capitán Ríos.
–Soy publirrelacionista –respondí con la amabilidad que acostumbraba para mis clientes, sin dimensionar que esto era diferente. Marta me observaba intrigada y me preguntaba, por medio de señas, con quién hablaba. Como pude, tomé la Bic de la cajonera y el block del hotel. Apenas garabateé: “Cartel Jalisco Nueva generación. Están cerca de aquí. Vienen a eliminar a alguien que se les está metiendo a la plaza”. Fue como si la cara de Marta se hubiera derretido:
–¡¿…?! –no podía estar más horrorizada.
Volví a escribir: “Nos avisan para que No salgamos. Sólo vienen por los que se les quieren meter”. Nunca la había visto así, estaba contrariada. Quería calmarla y la tomé de la mano, de un jalón se soltó y se fue a sentar en la cama. Se puso demasiado nerviosa.
La voz me volvía a exigir atención:
–Mire, necesitamos que apaguen sus celulares, dice, y sólo tenga comunicación conmigo por esta línea. En los próximos minutos vamos a penetrar, dice. Quizá alcancen a escuchar algunas percusiones de bala: disparos –agregó para que yo entendiera–. No salgan ni se asomen. Repito dice, no se asomen a la ventana. Vamos a intervenir en un chico rato. ¿Ya me apagó los celulares?
Separé el auricular, cubrí la bocina y le hice un gesto enfático a Marta:
–Mi amor, necesitan que apagues tu celular.
–¿Por qué? ¡No! –respondió Marta. Cubrí la bocina con mayor fuerza. Ella siempre mostraba un carácter férreo, inamovible, respecto a acatar órdenes; al parecer esta entereza le venía de su familia, de su madre… o de su padre, quien había sido comandante de la policía..
–Te lo pido, tenemos que cooperar, no hay tiempo para jugar con ellos. Apágalo, por favor, por favor, te lo pido, mi amor.
Pensé en la posibilidad de llamar a la recepción, pero algo me dijo que aquél muchacho enclenque que nos daba y nos recibía las llaves prácticamente no iba a poder hacer algo ante un comando armado. Estábamos totalmente solos en esto.
Como por un acto reflejo, el alcohol se me bajó. Vi las latas de cerveza, la botella de mezcal. Me recordaron un estado que mi adrenalina ya había consumido. Deseé con todas mis fuerzas volver a ese momento antes de levantar la bocina. Mi novia me observaba fijamente. (No corroboré que hubiera hecho lo que le pedí). Afuera del cuarto, ya era noche cerrada. También había empezado a bajar la temperatura.
–Mire, señor Campos, le voy a comunicar con la Comandante Nelly…
–Este…, no, ¿para qué? –no alcancé a expresar mi inconformidad o mi reclamo.
–Señor Campos, le habla la Comandante Nelly –la voz era casi la de un hombre–.
[1] Este avance forma parte del libro Están allá afuera, el cual da nombre al libro que recibió Mención honorífica en el Concurso Nacional de cuento “Laura Méndez de Cuenca 2014”, y que publicará el Fondo Editorial del Estado de México.