Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Marcelo Taboada

Sin título-3

Autor: Jonatan Frías

¡Ya basta! –dijo Marcelo Taboada– ¡estoy hasta la madre! –y salió para siempre del salón de clases en donde había pasado los últimos quince años impartiendo la clase de literatura mexicana, en aquella polvorienta y despostillada secundaria federal. Ni siquiera volvió por sus cosas, sólo se fue, así, sin mayor explicación. Se subió a su coche, salió a toda prisa y no dijo ni adiós a las prefectas que lo vieron salir desconcertadas. Llegó a su casa, se terminó de un trago la leche que quedaba en el cartón y se metió a la cama, dando por terminado y como por arte de magia, su insomnio de toda la vida.

Despertó completamente descansado alrededor de las diez de la mañana. Marcelo Taboada jamás había experimentado el placer de dormir más de 16 horas seguidas hasta ese día. Se metió a bañar, se afeito sin prisas y desayunó con una tranquilidad que insultaba a todos los que en ese momento llevaban horas trabajando. Se comió un par de huevos con jamón, frijoles refritos con un poco de chorizo, un pan tostado embarrado de queso crema y una pizca de azúcar, un vaso grande de jugo de naranja y hasta una jarra de café. De postre una taza de yogurt natural con tres fresas que el mismo picó. No lo intentó, pero de haberlo hecho, habría fracasado en su tentativa de recordar cuándo fue la última vez que pudo terminar de leer el periódico antes de quitarse su piyama de rayas azules.

Esa tarde se fue al cine a ver una película sobre un profesor de filosofía que se enamora de una de sus estudiantes. En una escena de café, el profesor y la estudiante escuchan, azarosamente, una conversación de una mujer atribulada por una serie de problemas y pensó, el profesor, que él podría resolver esos problemas asesinando al hombre que la perseguía. Sería el crimen perfecto, ni una sola manera de conectarlo con el crimen. Marcelo Taboada veía la película con un tazón enorme de palomitas de caramelo y un refresco grande, unos nachos con queso y unas gomitas de mango con chile.

Regresó caminando a casa. En el camino se metió a una librería y compró una novela sobre dos emperadores que nunca fueron entendidos ni queridos y donde él, el emperador, murió cobardemente fusilado bajo un cerro y ella murió de locura muchos años después. No le interesaba tanto la trama como el tamaño del libro. Tenía que ser gordo, gordo, como para no salir de casa en un par de semanas. También entró en una panadería y en una cremería. Compró lo necesario para preparar un sándwich con jamón y queso manchego, jitomate, lechuga italiana, un aderezo de chipotle, pepino, un par de rebanadas de queso de puerco. ¡Maldita sea! –exclamó molesto– ¡Olvidé el vino! No importó realmente, lo acompañó perfectamente con una jarra de agua de limón e igual quedó perfecto. Se sentó cómodamente a comenzar su libro cuando un pensamiento lo detuvo: Estoy harto de ser yo mismo –pensó y se abandonó a su lectura toda la noche.

A la mañana siguiente, después de tomar un largo baño de agua caliente agarró el teléfono y con el directorio en la mano, telefoneó a un diario local, pidió que lo comunicaran al departamento de ventas y pidió un anuncio en los clasificados. Pagó setenta y cinco centavos por cada letra minúscula y un peso por las mayúsculas.


 

Cansado de ser usted mismo. De asistir a esas engorrosas cenas con la familia de su esposa, a las comidas trasnochadas con su jefe, a las juntas de negocios. Yo me hago pasar por usted.

Tel: 987-675-9874

Atención a Marcelo Taboada


 

Las negritas fueron errores que no lamentó y que, claro está, tampoco pagó. La idea parecía totalmente descabellada al inicio, pero pronto empezó a recibir llamadas. Sus honorarios estaban sujetos a lo desagradable del evento. Si era una cena con la suegra: 300 pesos más gasolina, si por el contrario era una cena con una novia, para que el novio –el real, claro está– pudiera asistir a un partido de futbol con sus amigos: no cobraba honorarios, solamente los viáticos. Si la junta era de negocios, quinientos pesos más la renta de un traje –está claro que no deseaban que llegara en harapos a la junta, Marcelo Taboada podría ser un farsante, pero jamás un vago.

Pronto se encontró lleno de trabajo. Un día se hacía pasar por un novio desconcertado pero atento, que tenía que romper con su novia. Si la novia le daba una bofetada, habría una bonificación de 100 pesos. También lo contrataban seguido para despedir gente. Había una señora que odiaba hablar con su hermana, así que semanalmente lo llamaba para que ladrara lo más fuerte que pudiera pegado al teléfono: “Herminia, no te escuchó, haz callar a los perros”, “Qué dices Xochitl, no te escucho, estos perros no se callan”. Era francamente divertido. También tuvo que ser un guía de turistas en un par de ocasiones, porque el guía real era afecto a desvelarse viendo infomerciales. En una ocasión se hizo pasar por el Gobernador de un estado tan pequeño que resultaba insignificante, durante una semana, ya que el verdadero Gobernador quería pasar ese tiempo con su amante, la secretaria, en el lago de Chapala. No era el mejor trabajo, pero pudo ser peor, pudo haber sido la amante la que lo contratara para hacerse pasar por ella.

Todo iba bien hasta que un día, un bromista de mala madre, le llamó y le ofreció un empleo de tiempo completo, estaba realmente harto –le dijo. Era la primera vez que le ofrecían algo así, incluso gozaría de beneficios laborales tales como seguridad social y vivienda. El trabajo consistía en hacerse pasar por un profesor de literatura mexicana en una polvorienta y despostillada secundaria técnica.

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