Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

La guardiana del Hotel Savoy

LA GUARDIANA DEL HOTEL SAVOY

La guardiana del Hotel Savoy

Autor: Jaime Martínez Aguilar

16 Junio 2019

Un obelisco con vestimenta entallada deja ver las imperfecciones de sus nalgas. Las celulitis saltarinas envuelven los gruesos pliegues de su espalda. El vientre abultado sobresale y cae al pubis ante la mirada tímida de Rafa; que había modificado la ruta de regreso a casa para verla postrada en la calle Zaragoza, afuera del hotel Savoy. De reojo la mira refinada y selecta, con las piernas enraizadas en la entrada cuidando el recinto.  En la calzada de Puente de Alvarado salen de las sombras dos tipos para encontrarse con Rafa.  Abrazos, intercambio de impresiones y tragos a la caguama, reflexionan sobre el asunto que los reúne. Discuten quien será el primero en entrar con ella. Rafa está fuera de ese instante. No quiere ser el primero. No imagina su primera “vez” en medio de ellos. Se siente intranquilo en medio de la discusión. Dirige la caguama hacia la boca, pero se le resbala. El sonido resuena en cada piso del edificio de los años cincuenta. Las miradas van hacia la espuma bullente. Las cucarachas asustadas corren hacia diferentes direcciones. Por fin hay consenso, una voz dice que el primero en entrar deberá ser Rafa.

 

Le desprende el calzón plateado. Se cierra la puerta que ataja las risas de sus compañeros.  Un ligero brillo luminoso viene de la ventana. La luz le permite ver a Rafa la mano pálida en la vulva frotándose en círculos. Empieza a revivir la raja muerta. Lo hace suave, con movimientos de arriba a abajo. Lo atrae con la otra mano, Rafa siente su palma rugosa deslizarse entre sus huevos. Ella se inclina y se los besa. Sus cabellos ondulados golpean en sus rodillas.  Rafa la voltea y le besa las nalgas fofas y aguadas, carne sin vida, pellejo viejo, enfermo e inservible.  La puta se para, la luz de la ventana le da de lleno, deja entrever una piel blanca como la leche. Se manifiesta una cicatriz que cruza por todo su abdomen abultado que lo parte en dos partes. El ombligo está sostenido a algo. Parece un moño en un hoyo deforme. Rafa voltea hacia abajo, la celulitis de las piernas se conjuga entre las varices azules que tratan de desprenderse de la piel blanca. El reflejo del espejo evidencia el orificio del recto, grande, frondoso, carnoso, de un rojo intenso.  Se recuesta y abre las piernas que ofician unos labios vaginales excesivamente gruesos, colgantes y prietos, que contrastan con el color de su piel.  Rafa siente una erección como nunca. La sangre se le acumula en el pene.  Siente la verga grande y punzante. Las venas se expanden. Se la frota un par de veces.  Ella no pierde de vista el pene que cada vez aumenta de tamaño, oficiando un curveo ligeramente al lado izquierdo. La toma de la nuca direccionando su cabeza hacia la verga, después hace que se meta toda la carne en la boca. Es gruesa y la succiona hasta adentro. No le cabe y quiere sacarla para respirar. No puede, Rafa la mantiene adentro apretando su cabeza con firmeza al miembro. Ella lucha para sacarlo, es mayor la fuerza de él. No logra retirarlo, siente como le oprime los orificios nasales. Rafa se viene dentro, lo delatan sus ojos y los temblores de sus piernas. Sólo cuando Rafa siente como vomita con el fierro adentro, saca el pene con restos de comida y semen. Ella tose ahogándose con su vomito. El olor que respira Rafa hace que tenga otro orgasmo y suelte otro chorro de leche. Esta vez afuera, a lado del oloroso líquido espeso que descansa y se expande en el suelo. A un costado la dama lo mira expectante, confundida con sus ojos vidriosos y con la quijada fuera de la línea de su cuerpo. Rafa observa detenidamente como su esperma blanco se penetra con el vómito de la prostituta para volverse uno mismo. El líquido repugnante y el que da comienzo a la vida.