Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

El hombre de la noche

ILUSTRACIÓN EL HOMBRE DE LA NOCHE

Del libro: el cuerpo de la noche

Fernando Yacamán

—“Los hombres de mi vida” fue el nombre de la exposición, en otra cantina, aquí en el centro. Son abstracciones. En un cuadro pinté la barba de mi abuelo, en otro, los ojos del cadáver de mi padre, retraté las cicatrices de mis novios y lo que me gustaba de ellos; aunque de la mayoría ni siquiera logré una abstracción. El mezcal ya me puso contenta.

—Es curioso conocerte en el baño de hombres, ¿Cómo mencionaste que te llamas?

—El de mujeres está cerrado, sólo quería orinar e irme, pero ahora quiero tomar un trago contigo y ya me acabé el dinero. Me llamo Apolonia.

Las pupilas de ese hombre son dos soles negros y sus ojeras delatan la fiesta de la  noche.

—Yo invito.

—Bien, el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría.

—¿A qué te refieres, Apolonia?

—Yo que sé, lo dijo Blake.

En el espejo su perfil y las líneas tatuadas en su cuello.

—¿Sabes cuál es el significado de tu nombre?

—Pues, viene del dios Apolo.

—No. Apolonia, es hija del sol.

En su cartera no encuentra dinero y ahora desesperadamente busca en sus bolsillos.

—Yo también detesto buscar monedas ¿No odias sobrevivir?

—Me da igual.

—Mientes, todos queremos billetes, los más que se puedan.

—¿Entiendes lo qué es tener y no tener?

Da media vuelta y se dirige al único mingitorio. Sus pantalones desgastados y la playera negra; sé que cubren más tatuajes.

—Quiero pintar los símbolos que tienes en los brazos, en el cuerpo.

— ¿Te gustan?

— No los había visto ¿Qué significan?

—Son un mapa astral, nací con ellos, no sé cómo explicarlo.

— Qué fumaste.

Su risa es fuerte y contagia. Al terminar de orinar prende otro cigarro. Se dirige a mí. Quedamos de frente. Sus ojos delatan que se metió algo.

¿Habrá escapado del psiquiátrico, de una prisión?

—Vamos por el otro mezcal.

—No cambies de tema ¿Qué significan tus tatuajes?

Y sonríe.

—¿A qué te dedicas?

—A nada.

—¿De dónde vienes?

—De la noche.

—Y yo vengo del sol, vamos ¿Dónde naciste?

Al fumar truena los labios, como el sonido de un pequeño beso.

—Yo vengo de la noche, no bromeo.        .

—Mira, mi casa queda a una cuadra ¿Te gustaría acompañarme?

Sus pupilas son dos soles negros que se expanden y atrapan.

La calle ha quedado vacía, se escucha la música de las cantinas y carcajadas de borrachos. Espero quede algo en la botella de mezcal que dejé en el departamento. No recuerdo si tendí la cama. El viento sopla con fuerza y nos despeina. Siento sus dedos helados entre los míos.

¿Y si esconde un arma?

En su ojo derecho viajó una diminuta luz roja, que extraño, creo no me siento tan borracha ¿Dónde dejé las llaves?

Otra vez tendré que usar una tarjeta para abrir.

No debí prender la luz, este piso es un desastre, pero creo que a él, no le importa. ¿Dónde dejé la botella?

—Esta pintura es la barba de tu abuelo, también podría ser lluvia.

¿Dónde dejé la pinche botella?

—¿De qué murió tu padre?

—Lo apuñalaron al salir de su casa.

¿Por qué dejé las llaves en el refrigerador?

—Lo siento mucho.

—Yo no, apenas sí lo conocí.

— ¿Qué intentaste retratar aquí? ¿Es uno de tus novios?

Al carajo con la botella.

—Sígueme.

Por la ventana entra la tenue luz de un poste y cubre la mitad del colchón; se sienta en el borde y contempla la luna ¿En qué piensa? ¿En el crimen que no me importaría que sucediera? Se quita la playera y descubro su espalda repleta de símbolos. No desprende la mirada en la luna. Sin dejar de contemplar el cielo, desabrocha las botas, se quita el pantalón y gira su torso. Las líneas en su cuello se expanden, en sus ojos un sol negro resplandece, sus venas se hinchan; de golpe lo siento en mis entrañas.

La noche se dispara a la ventana.

Oscuridad y centellas de luz. En un parpadeo planetas quedaron atrás. Un astro estalla; la oscuridad se tiñe de amarillo, naranja, rojo.  La vía láctea es el horizonte. Constelaciones son lluvia que azota la oscuridad. Nos estrellamos contra un astro una y otra vez. Se forman meteoros; fragmentos de mis ojos han quedado en cada uno y contemplo el universo.

El viento azota la ventana y la cierra.

Los rayos del sol despuntan detrás de los edificios, los habitantes de la ciudad despiertan y escucho su ruido ¿Dónde está? Ni siquiera pregunté su nombre. La sábana quedó empapada de un líquido negro y viscoso, como petróleo, escurre y gotea en el piso. Subiré a la azotea para aprovechar el viento y tenderla ¿Dónde dejé las llaves?

El sol se eleva en el cielo, el viento agita los tendederos y la ropa de los vecinos. La tinta se desprende de la sábana, no pierde intensidad. No puedo apartar mis ojos de ella ¿Qué me pasa? Sólo es tinta negra que él derramó, pero ¿De dónde la sacó? ¿Quedaría fundido en mi sábana? ¿Qué me pasa?

A pesar de que ahora te encuentras detrás del vidrio y enmarcado; algunos creen eres una ventana al universo. Yo ya no encuentro nada en ti. Llevas el título El hombre de la noche y hoy estamos aquí, en la sala principal del Museo Arte Contemporáneo.

Estoy harta de llevarte a todas partes y de hablar de ti.

Entra la prensa.

—Afuera del museo hay una fila que espera contemplar al hombre de la noche. La crítica lo señala como una extraordinaria pieza de arte contemporáneo, donde el espectador emprende un viaje cósmico.

—No me interesa la crítica, ni hablar más de este manto. Sólo hablaré de mis nuevos proyectos que también se encuentran expuestos.

Espero estés escuchando y sientas mi desprecio.

—Apolonia, qué opina sobre el furor que causó el hombre de la noche en Monterrey.

—Me da igual, también llevé mi nueva serie, son abstracciones que.

—Primero podría contarnos cómo surgió su obra maestra.

—No puede afirmar que ésa sea mi obra maestra, sólo hasta que termine la última y muera. Frente a mí, ese manto, es el monumento a mi condena y debería acabar en fuego.

—Disculpe que insista, pero yo creo que aún tiene mucho que contarnos sobre.

—¿Quieres saberlo? Es el resultado después de coger con un extraterrestre que conocí en una cantina, la sábana quedó impregnada y lo único que hice fue enmarcarlo.

—Que modestia la suya y que argumento poético.

¿Dónde dejé el encendedor?

Abren las puertas y entra una multitud. Rodeado de gente; el hombre de la noche.

Detrás del vidrio, a veces creo te burlas de mí.

En mi bolsa tenía cerillos.

Delante del manto, la gente se toma fotografías, y sonríen.

El cerillo se consume y quema mis dedos.

En cualquier museo la sábana se expande y cobra protagonismo.

Hoy renuncio.

—Señor ¿Me compra una postal del hombre de la noche?

¿Por qué me mira como a un muerto?

—¿Es usted Apolonia?

Quiero mezcal, espero me alcance para un litro.

—Yo fui a su exposición ahí, en Bellas Artes. Me llevó mi padre cuando yo era niño. Ahora sé, que ese fue el primer cuadro que impactó en mi vida. Nunca imaginé que años después la encontraría aquí,  en la Alameda.

—Cada postal cuesta veinte pesos ¡Podría dejar de mirarme de esa manera! Me quedan las postales y este gato que me acompaña a cualquier parte.

—Véndame una postal ¿Cómo se llama el gato?

—Asteroide. Dos postales por treinta y cinco pesos ¿Qué dice?

—¿Por qué ese nombre?

Su pelo negro me recuerda todavía a ti, mi mejor amante, aunque si ahora te tuviera de frente, te mataría.

—¿Quiere las dos postales o no?

Odio hacer fila por una pinche botella de mezcal.

—Asteroide ¡Que no persigas ratas!

Asteroide ¿Sí te conté cuándo conocí al hombre de la noche? Se parece al muchacho que se aproxima, pero no es posible, él está muerto o viejo ¿Dónde dejé la llave?

—¿Te ayudo a abrir la puerta?

—No juegue conmigo.

En su ojo derecho navegó una luz roja, por un instante escuché tu risa.

—Tal vez esta tarjeta funcione.

Las líneas tatuadas en su cuello ahora forman un triángulo que apunta al cielo.

No puedes ser tú.

Entré y la botella reventó en el piso. El hombre ¿Qué busca en los cajones? No me queda nada, ni fuerza para levantarme. Oscuridad y centellas de luz. En mis manos sangre que brota de mi cabeza. Ha encontrado unas monedas y las guarda en su bolsillo. El hombre me habla, pero no entiendo, ya no lo escucho.

En la ventana la noche se dispara.