Autor: Ángel Pérez Escorza
16 Noviembre 2019
Y entonces,
el silencio le comió la lengua
al perro,
que ingenuamente
tomó por mordaza las burlas
de un gato.
Hicimos lo que se pudo,
en tanto la vida se negaba
a bajar del árbol,
que esa misma noche talé
por resignación
y falta misericordiosa de ímpetu.
La impaciencia
había deslavado las manchas
de un pensamiento temperamental
y de rasgos casi ya insípidos.
Fue entonces,
tan sólo entonces,
que el tiempo miró la hora,
observó la congestión pastosa
de un recuerdo, suspiró…
y tozudamente advirtió
su propia historia
en la inmaculada
e infinita voz de un poema.