
MURMULLO
Autora: Thalía Cerón
Abril 2025
Mi boca expulsó grandes y fétidas moscas, y mis puños se volvieron acero. Golpeé la mesa, como no fue suficiente, me lancé contra la pared de la habitación. Quería destruirla, respirar el aire limpio que no contamina los pulmones, liviano como algodón, como una nube, para recostar la cabeza y dormir. Al cerrar los ojos, las voces me torturaron con palabras viles, descompuestas. Tuve miedo de que me consumieran. Murmuran por las noches. Ayer también las escuché y amanecí agotada. Mis escuálidas piernas escurrían como leche sobre las sábanas; me pareció que no podría sostener el resto de mi cuerpo. Me incorporé lentamente y arrastré los pies hacia adelante. Junto a mí encontré unas sandalias con restos de comida de la semana pasada. Las sobras habían perdido el color y la consistencia, dudé de que fuera arroz, como pensé en ese momento.
Me acerco con dificultad a la ventana, que aún conserva las cortinas del año anterior. A través del cristal, los contemplo: son ellos, con sus vestidos largos. No me interesan los collares que llevan al cuello ni los pendientes que cuelgan de sus orejas. Miro el concreto; ahí mis pupilas se detienen durante cansados y largos minutos. Dos de la madrugada con un minuto, comienzo a sudar; con tres, mis manos están frías; con cinco, escucho mis latidos; con siete, el sudor resbala por la playera; con diez, mis pechos se humedecen; con doce, quiero huir, evaporarme, hallar un sitio donde ellos no deambulen más. Con veinte, mis ojos se pierden en figuras que, por un instante son personas, después líneas, luego puntos infinitos, encorvados, pérfidos y hambrientos. ¿Por qué me persiguen?, me pregunto mientras mis dedos bailan nerviosos sobre la mesa. Tomo la libreta, la cierro, la hojeo, anoto la fecha y la guardo.
La última vez que acecharon, quise vomitarles la cara. Me contuve y seguí mi camino; ellos abrieron su enorme boca para mostrarme los dientes. Murmuran que estoy sucia, que no he salido en semanas, que llevo meses con el mismo pantalón. Murmuran sobre mi cabello pegajoso y en marañas. Murmuran. No cesan de murmurar. Los oídos me duelen, el sonido me aturde. Los párpados pesan, los huesos también. Ellos están aquí, han girado el cerrojo y cruzado la puerta, se dispersan por lo amplio de la habitación. Me invaden. Las manos recorren mi cuerpo. Transpiran. Dicen mi nombre. Se lanzan sobre mí y me comprimen. La carne se ciñe a los huesos; me hundo hasta el anonimato. Murmuran flemáticos, sueltos, rojos y asimétricos. Murmuran y duele. La piel me ahoga, quiero gritar; no tengo voz, mis comisuras se han perdido. Me llevo las manos a la boca. ¡No hay boca! Ni labios ni lengua. Mis piernas tiemblan como hilos. ¡Qué digo, si tampoco encuentro las piernas! Ellos no se callan y mi maldito dorso tampoco está. El estómago, el cuello, las orejas, los pies, las manos, los dedos. Mi nariz y tobillos. ¡Ahora también los tobillos! Se lo han llevado todo.
Ruedo por el piso frío y duro. Me desplazo junto a ellos, me miran desde arriba. No presto atención, voy deprisa como si no me faltaran los pies. Se han congregado para hablar de lo desagradable que luzco sin dientes, sin rodillas, sin pestañas. Ruedo hacia la puerta mientras las voces se aglutinan detrás, viajan veloces como pensamientos, sentencias que trotan como caballos y embisten como grandes y furiosos toros de lidia. Ruedo y ellos me siguen. Necesito reunir fuerzas para empujar la puerta: me apretujo y, con lo que mis neuronas perciben como un salto, me estrello contra el madero. El impacto me aturde, me duelo como jamás me he dolido. Me gustaría dominar mi cuerpo, llevar mis manos a los lugares donde siento dolor, gritar, sobarme, meter los codos por delante para evitar el golpe, es inútil. Impacto con el primer escalón, y luego con el siguiente y el siguiente. Ruedo sin control, como una pelota: miro al techo, a los costados, al piso, a la maceta. El cuadro en la pared, las llaves junto al sofá, el perchero del que solo cuelga un saco negro.
Ruedo. Doy vueltas sin parar: del escalón cinco reboto al ocho, del ocho al nueve, y del nueve al quince. Salgo disparada hacia algún rincón de la sala; ahí me he detenido, con las cuencas vacías y mi nuevo y redondo cuerpo sobre la alfombra.
Al fin puedo recostar la cabeza y dormir.
Publicado por primera vez en Mood Magazine, revista digital (2020).

Thalía Cerón (México) escritora, asesora de imagen y voluntaria. Fervorosa creyente de la escritura como medio para resignificar y reconstruir. Ha participado en proyectos culturales y brigadas de lectura para fomentar el hábito y el amor por la lectura. Aparece en la antología La Fiereza de lo amado (2018). Fue invitada al programa de radio Todos los libros, el libro (2019). Ha publicado sus cuentos en revistas digitales como Mood Magazine (2020), Anestesia (2023) y Revista para mujeres (2024). Actualmente, y desde hace catorce años, participa como voluntaria impartiendo cursos y talleres para adolescentes y adultos, con el objetivo de fomentar el desarrollo integral de las personas. Creadora del proyecto Empodera tu imagen (2025). En este momento, está comprometida con sus dos grandes amores: la escritura y la moda.