Revista Anestesia

𝙴𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛 𝚜𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜

Todos somos licenciados

ilustracion ulises

Autor: Ulises Paniagua

 16 Agosto 2019

“Si quieres que algo sea hecho, nombra un responsable.

Si quieres que algo se demore eternamente,

nombra una comisión”

Napoleón Bonaparte

 

-En este país nos encantan los trámites. Estamos capacitados para imponerlos y darles solución. Los permisos, las actas y los certificados nos entusiasman  sobremanera. A algunos extranjeros este gusto les puede parecer un poco raro, pero si se mira con detalle, nuestra costumbre no despierta mayor extrañeza  que un velo inquisidor sobre el cuerpo de las mujeres en Afganistán, o la masacre de delfines que se practica año con año en Dinamarca. Un segundo, voy a poner la cafetera.

​-…

-Qué bueno que viene. Me emocionan las entrevistas; pienso que es una manera digna de reconocer el trabajo de personas sobre las que nadie sabe, pero quienes son fundamentales para la maquinaria social. ¿Una tacita de café? Ya veo, desayunó temprano. Yo también, aunque tres o cuatro cargas por la mañana vienen bien.

-…

-Es una larga tradición que fomentamos, señalando a los noveles la importancia que tiene un papel o una credencial en la vida de una mujer o un hombre. Es indispensable inculcar la cultura legal, pues de otra manera el caos se apoderaría de nuestras calles el día menos pensado. Somos claros y sinceros y recalcamos la relevancia del trámite; sabemos desde hace más de un siglo que la existencia de un ser humano sólo puede comprobarse mediante un acta o un pasaporte. Cualquier otro medio resulta ineficiente y  hasta irrisorio. No es para sorprender, entonces, la cantidad de literatura que hemos difundido explicando en novelas, ensayos y folletines, la desgracia de no ser reconocido por otros, en la sociedad actual, a falta de un comprobante.

-…

-No. No puede ser. Sin credenciales es imposible concebir la existencia de cualquier individuo.

-…

-Ese es el objetivo. Hemos emprendido una larga lucha para desacreditar cualquier religión que imponga la idea de que basta el reconocimiento divino para aceptar nuestros pasos en el planeta. Es lamentable contemplar cómo la ignorancia y el fanatismo  pueden cegar a muchos, al extremo de cuestionar nuestro bien fundamentado sistema de comprobación existencial, mediante el título correspondiente.

-….

-¿Los científicos y los intelectuales? Esos son los peores. No les gusta alinearse. De vez en cuando alguno que otro rijoso ha intentado debilitar nuestro sistema con planteamientos filosóficos acerca de la presencia del ser humano en la Tierra sin la necesidad de trámites, desafiando al mismo tiempo las influencias creacionistas. ¡Imagine nada más la bipolaridad de sus argumentos! Incluso han recurrido a citar la Prehistoria como ejemplo de que en esencia somos animales autónomos, entes orgánicos que podemos vivir sin ninguna ley o norma. Pregonan que los marcos jurídicos contravienen las leyes naturales y el concepto de libertad establecido por un ecosistema. Estúpidos. Por supuesto, hemos impuesto la razón sobre los necios, aunque alguna vez hayamos recurrido, sólo en esos casos, a la violencia ligera.

-…

-¿Qué es violencia ligera? Algunos latigazos, tres o cuatro lapidaciones.

-…

-¿Muertos? Jamás. Hemos cuidado mucho la magnitud del castigo.

-…

-Mire. Existen organizaciones de derechos humanos, por supuesto. Pero iniciar un proceso requiere de siete años, como mínimo. Ya no hablemos del tiempo que puede durar el juicio. Hay casos documentados sobre partes acusadoras que fallecieron esperando una respuesta del tribunal. Los trámites son precisos, y debemos tener cuidado al aplicar la metodología. Este tipo de incidentes colaterales no demuestran, de ninguna manera,  fallas en nuestra organización. Al contrario, reafirman el concepto de una justicia lenta, pero efectiva.

-…

-Olvídese de eso. No deseo que sean las desavenencias con un grupo de pequeños revolucionarios el tema de la entrevista. No vino a que hablemos de eso. ¿O sí? Lo que quiero puntualizar es el regocijo al cumplir setenta y cinco años de un sistema gubernamental impecable. Una maquinaria donde las oficinas y las dependencias sostienen al aparato federal. Cualquier pugna, cualquier altercado insignificante, puede resolverse en nuestro sistema en el plazo no menor a tres años. Es envidiable  el nivel de institucionalidad que hemos conseguido. Me atrevería incluso a catalogarlo como estético; una apología  a la santa ciencia de la tramitología. Algo de lo que pocas naciones pueden preciarse.

​-…

​-Lo definiría en una palabra: orgullo. Trabajar en una dependencia de gobierno ha sido mi mejor experiencia. Desde que cursaba el tercer año de secundaria y tuve que empezar a decidir mi vocación, me sedujo la idea de gestionar los oficios de otros, convencido de la alta responsabilidad de un empleo como éste. Por supuesto, estoy lejos de ser el único: en el país, un ochenta y dos por ciento de la población se dedica a las mismas funciones, debido al incremento desmedido de solicitudes, comprobantes y demandas; o bien, debido al amor que le profesan a este género de trabajo.

Los que laboramos en el ramo, lo hacemos convencidos de la urgencia de resolver los contratiempos de los ciudadanos. Para demostrar la importancia con la que ejecutamos nuestras labores baste citar una anécdota conmovedora, ocurrida hará cosa de un año o año y medio, cuando el Secretario de Educación Pública en ocasión especial, en medio de un gran convite, se levantó de pronto, y en un arrebato de patriotismo irreprochable pronunció la frase que algunos eruditos consideran cercana al aforismo: “¡Señores! ¡No cabe duda: en este país todos somos licenciados!”

​-…

​-¿Qué me pareció? ¿No se lo estoy diciendo? Al ver el gesto que esgrimía su rostro, resuelto y glorioso, los invitados derramamos algunas lágrimas.  Y es que es imposible no darle la razón al Secretario: lo licenciado  se nos nota enseguida en la corbata lustrosa y los zapatos impecables; nos acusa la cortesía, el preámbulo, el saludo; costumbres que hemos conservado al paso del tiempo y que no queremos abandonar jamás.

-…

-No puedo defender eso. Es cierto que muchos de nosotros no cursamos ni la preparatoria, pero eso no tiene importancia. Por ejemplo, yo leo un libro cada año. Hace poco seguía la lectura de un texto donde el personaje principal era el Cuento mismo. No entendí nada. Pero a quién le importa ese libro. Quién necesita de ficciones. Lo que necesitamos son documentos palpables, físicos. Además, la carencia de cultura no nos impide pasear por los amplios corredores de las dependencias, entre las plazas expectantes de las universidades, sobre el silencio intolerable de un anfiteatro. Somos quienes somos. Son simples reglas de urbanidad y política. Hay que ver con qué porte, con qué desenvoltura nos inclinamos ligeros, haciendo la reverencia adecuada cuando nos topamos con un cofrade: “¡Bueno días, señor licenciado!” “¿Cómo le va, licenciado?” “¡Y la familia, ¿cómo ésta? Hace mucho tiempo que no lo visito, licenciado; usted comprende, las ocupaciones…!”

-…

-¿Usted podría hacerlo mejor? Lo dudo. Hemos ensayado cada frase para no parecer sobrados o ceremoniosos; mucho menos para demostrar sinceridad, eso no se nos permite. De otra manera no funciona; hace falta talento para conducirse en una asamblea. Debo advertir que a cada uno de nosotros, antes de las fiestas de fin de año, la Secretaría nos dotó con un espejo de cuerpo entero para  colocarlo en la pared de nuestra habitación. La intención es ensayar  en vísperas de algún evento. Se nos hacen recomendaciones y se nos amonesta cuando el trato con los otros se vuelve natural o espontáneo. No nos permitimos errores en una fiesta municipal o en la visita de algún gobernador. La perfección forma parte de nuestra naturaleza.

-…

-Existe, por supuesto. En la nación gozamos de una completa libertad de expresión. Si bien es cierto que hace un par de meses, en un humilde poblado, algunos fanáticos intentaron (sin autorización oficial) el ajusticiamiento de un grupo de estudiantes que se negaba a mostrar sus credenciales, este hecho está lejos de representar una regla. Comprenda. El problema no fue el hecho violento, sino la falta de la autorización correspondiente para emprenderlo. Que murieran los estudiantes no nos importaba demasiado. Pero el linchamiento estaba fuera de orden. En el país no trabajamos de esta manera. Aunque reitero, se trató de un hecho aislado. No hablemos más de ello.

-…

-La censura no existe. No porque no podamos impedir a algún despistado o rebelde expresar su desacuerdo con respecto a los lineamientos; sino porque, afortunadamente y después de un largo proceso judicial que duró veintiocho años, conseguimos anular la existencia de la censura. Así, es virtualmente imposible censurar a alguien aunque se ejerza presión sobre el inconforme. Al anular el concepto hemos anulado la esencia. ¿No le parece una solución genial? Por ello le reitero que no existe la censura.

-…

-Desde luego, hemos sido cuestionados por grupos moralizantes provenientes de culturas ajenas a la nuestra; sus críticas ácidas casi nos hicieron perder la unión y aún nuestras convicciones una década atrás. Pero gracias a la tenacidad que incluso envidiarían los terribles espartanos, hemos repelido de manera heroica cualquier intervención sobre nuestro estilo de vida. Cada ataque no ha hecho más que fortalecer  al grupo. Nuestra empatía es tan intensa, casi simbiótica, que me atrevo a declarar sin tapujos que conformamos una hermandad. Así lo hacemos saber a nuestros interlocutores  en los encuentros internacionales sobre economía y orden mundial; lo transpiramos en las  paredes húmedas y oxidadas de nuestras ciudades; lo denotamos en la risa y el cortejo; lo reafirmamos en cada frase recitada por una boca colectiva, a cada latido. Tramitar nos inflama el pecho, nos vuelve poderosos. No entendemos el mundo de otra manera. Ser licenciado es un oficio que ejercemos de tiempo completo, con la mayor alegría imaginable; y de eso, estoy convencido, no cualquier nación se puede jactar.

​-…

​-Usted de dónde es originario?

​-…

​-Ya veo.

​-…

​-¿Cómo dice? ¿En desacuerdo con nuestro sistema? No podemos permitir eso. Quiero decir, no comparto sus opiniones. Usted aseguró que se trataba de una entrevista para dar a conocer nuestro aparato legislativo a otros continentes. No mencionó nada acerca de este tema.

-…

-¿Cómo? No conozco a esa persona que usted nombra. ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? Me parece que ha sido un error concederle tiempo. Hay tantas cosas por hacer. Disculpe, tengo que dejarlo.

​-…

​-Vamos, verifique en los registros. Donde usted quiera. No existen ni las credenciales, ni el pasaporte de esa persona, no sabemos que se haya hospedado en el hotel que menciona. El Congreso de las Naciones sí se celebró en esa fecha, en esta ciudad. Se habló mucho sobre libertad, igualdad y esas mamarrachadas. Comento esto para que pueda apreciar la transparencia de mis palabras. Pero le reitero que esa persona no existe. Si no está documentado, no existe. No hay más. Es simple. Le recomiendo que a la brevedad retorne a su país, porque en este mismo momento voy a corroborar con la Secretaría de Relación Exterior  su carta de autorización para introducir equipo de filmación y de sonido para realizar esta entrevista. Detecto irregularidades muy graves en su visita.

​-…

-Sí, imaginé que no tiene permiso para el equipo.

-…

-Ya veo. No sé cómo le franquearon el acceso en el aeropuerto. Perdemos el tiempo, amigo. No quisiera ser descortés. He contestado a cada una de sus preguntas, sin recelo, de manera sincera y explícita. Debemos concluir. Además, la cafetera necesita una nueva carga porque se acerca el mediodía, y una pila inmensa de trámites y permisos está esperándome en el escritorio para que pueda darle solución. Discúlpeme. En verdad lo lamento. Esta entrevista terminó.

 

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