Finalmente todo calla y otros poemas / Jennifer García Acevedo

FINALMENTE TODO CALLA  Y OTROS POEMAS

Por Jennifer García Acevedo

 

Éstas son las palabras

que no sobreviven al mundo. Y hablarlas

es desaparecer

en el mundo”

Paul Auster

DESPUÉS DEL JUEGO

Nadie sabe cómo terminan todas las partidas de ajedrez que se inician en el mundo, pero sabemos de los métodos conocidos, de las piezas que emigran del lado claro al oscuro y anticipan alguna derrota, de las plegarias lanzadas al aire en un intento inútil por conjurar la suerte. Reconocemos el oficio de las figuras, varadas en la luz postrera de los ojos, las resignadas piezas, sometidas al grito, al enjambre furioso de manos, al juego perverso de la tentación y el desafío. “Esa criatura ha muerto” decimos, cuando el caballo cae sobre el tablero repleto de peones y de dudas. No importa si es Praga, o una escondida callejuela en los rincones de Múnich, siempre es lo mismo, vencer hasta morir, o recobrar al menos la sustancia del fracaso. Finalmente todo calla. El ojo frío se abre a la  extensión de la madera, y los jugadores regresan a la costumbre, como dos exiliados. Recobran la hora del laburo, de la herida, de la luz que se arrastra interminable entre la casa. Lejos de la imagen casi divina de Carlsen, o Botvinnik, lejos del rey que se desangra entre las líneas hambrientas, y  los alfiles recluidos en una esquina del cuarto, vuelven a ser hombres, ese es su último movimiento, la única partida interminable.

 

 

 

AUTORRETRATO DE REMEDIOS VARO

Permanecen frente a mí, envueltas en sudarios, las imágenes hermosas y terribles. Esas que dan testimonio del ángel clausurado en su propio terreno de extrañeza y luz, o del alquimista que anuncia con su hallazgo el triunfo de la herida y el arte. Son tan solo imágenes, temibles e inesperadas como la vida misma, señales de que el nuestro no es el único cuerpo que se mueve en la casa. Siempre hay otros. Utensilios cotidianos que llevan la herencia del crimen, mujeres que sostienen con sus uñas la cabeza del padre, manteles rasgados por manos desconocidas. Se diría que alguien reina sobre estas visiones, y teje con sus hilos invisibles nombres para unirlas al mundo, se diría que una criatura desterrada, predispuesta a la ciencia y la vigilia, reconoce la voz de todo lo secreto y lo revela ante la presencia inquieta de otros hombres. Hay una luz mortal que hiere los ojos, una mordedura clara, hecha a imagen y semejanza de la belleza, una jugada del destino que transforma nuestras sombras en torres de sal. Miro a la que avanza desde el centro de la tarde y trae consigo las revelaciones, miro sus manos esquivas, sus pliegues brillantes como un violín bajo el agua, sus dedos que recorren la eternidad y el abismo. En cada una aparece la fórmula para llamar a Dios.

 

 

 

OFICIO DE TANTEO

Un día los ciegos heredan el oficio de tantear piedras y utensilios cotidianos, aprenden el lenguaje de lo ambulante y lo inmóvil para reconocer las mórbidas colgaduras de las galerías y no coincidir con los campos repletos de cuchillos y espinas en braille. Solamente la ruina y la palabra dan testimonio de sus dedos que se multiplican delgadísimos sobre las paredes del mundo. Solamente el laberinto de robles semeja sus manos extraviadas en la superficie del aire. A veces, también nosotros, mudos en nuestra propia lengua, hastiados de la luz que se propaga en los corredores, tanteamos nuestro propio desamparo, volvemos los ojos hacia un terreno conocido y lanzamos las preguntas sobre la belleza y el desastre. Finalmente, cuando todo ha terminado y el desierto hecho pedazos es el único testigo, escuchamos una última respuesta, una respiración que asciende sobre las bocas y revela el silencio que acabaremos por ser.

 

 

SOBRE LOS FINALES

Hay un día para pronunciar las palabras conocidas y detenerse bajo la última  hoja del naranjo en el paisaje. Una hora en que es preciso hablar del hundimiento y la escritura como si se hablara de una casa, de la desaparición de un cuerpo en esa casa, y de la sucesión de animales que la habitan. Quién pudiera entenderlo así, como una verdad inalterable, como un grito de resignación o un juicio, y olvidar las preguntas sobre el desamparo y la compañía reducida a transparencia. El jabalí cae, la belleza reina en la inconsciencia de las cosas, los extraviados mueren a la luz de las jaulas o el rugido, y el nombre que amamos se oculta para siempre. Todo final debe ser aceptado, antes de llegar al lenguaje, a la multitud de voces que poblarán la ausencia, y la certeza de nuestra incursión en la ruina. Al final del día nada nos sostiene, tampoco la espera, ese otro engaño que reafirmamos en nuestro intento por no ser hombres, ni dioses, solo piedras.

Jennifer García Acevedo, Medellín, 1995

Poeta, gestora cultural y tallerista. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas, periódicos y antologías nacionales e internacionales. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Santos Soto (2019), el Premio Internacional IFLAC WORLD Emprendimiento y Poesía, Argentina (2022), y el título Honoris Causa, otorgado por Educultura Educación Sin fronteras, México (2021). Participó en festivales internacionales de cine y literatura. Ha publicado Estaciones de lo invisible (Sakura ediciones, 2020), Escribir lo invisible (antología personal, nuevas voces editores, 2021) Incertidumbre del nombrar (Sakura ediciones, 2021) Poemas de un país al sur (26 poetas colombianos contemporáneos, Libre Acceso ediciones, 2024). Sus poemas han sido traducidos al inglés, vietnamita, árabe y francés. Es directora del Festival internacional de Poesía Fredonia.