
PERSEGUIDA
Por Rocío Castro Jiménez
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Wislawa Szymborska
Recuerdo que una tarde tras haber ido al campo a cortar hierbas y flores. Un día común para nosotras en el que todo era calma y caminábamos juntas, tan sólo me quedé unos segundos atrás de ella. Llegando a casa sólo alcancé a sentir piedras y golpes alrededor. Un ruido estridente me dejó aturdida y sólo escuché: ¡bruja!, gritaban todos, ¡bruja! Y se la llevaron. No pude saltar hacía ellos, mis oídos estaban tan lastimados y mis orejas sangraban; una mujer dijo agarren al gato, y sólo pude esconderme entre cajas, algo distrajo al tumulto y sólo se la llevaron a ella. Desde entonces siento que su pelo largo y cano me acompaña, a veces siento que me habla y me abraza y aún así me sigo sintiendo perseguida.
En la casa ya no hay comida, no hay nada, y la busco y rebusco entre sus ropas, en las cobijas, en el patio, ella no está, y la busco… El otro día traté de ir a la plaza por algo de comida, cualquier cosa abandonada o, tal vez robar un pescado, lo que sea: ¡tengo hambre! De camino escuché de nuevo a la muchedumbre, estaban en otra choza haciendo lo mismo que en la mía. Gritaban: ¡bruja!, ¡bruja! Traté de buscarla, pensé que era ella a quien llamaban “bruja”, pero me acerqué y era otra mujer, vi a otros gatos corriendo asustados, con las orejas sangrantes como yo. A partir de ese día empecé a salir cada noche, nos reunimos en los techos de las casas más altas y lejanas, nos organizamos en manadas de gatas y gatos para buscarlas. Hemos platicado con la luna, con el agua, con la tierra, husmeamos entre la hierba y sólo hemos hallado pistas: un zapato, un pañuelo, un hueso, pero ellas no están.
Ha pasado mucho de aquella tarde que se la llevaron, atisbo que estoy en mis últimos días y el mundo ha cambiado. Llevó cada una de mis vidas buscándola y cada vez somos más en los tejados buscándolas a ellas, a las desaparecidas, a las que no están.