Por Dana Gelinas
(Premio Aguascalientes 2006)
Marzo 2021
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Después de la quiebra
miles de familias emigraron
a ciudades semejantes,
a fábricas de cualquier cosa.
El suelo mismo
tenía la cualidad de no asentarse.
Los dos o tres días de llovizna
formaban un lodazal
que secaba en dos o tres horas
y en sólo unos instantes se resquebrajaba
la gruesa capa de tierra y asbesto.
Seguramente los niños de hoy toman trozos de barro,
como yo hace treinta años,
que semejan cerámica cruda del paleolítico.
Los largos meses de sequía,
en cambio,
son pólvora seca para el viento
que agita en torbellinos tubulares el suelo.
En ese llano hay remolinos,
decíamos al oír la amenaza del viento.
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Si viajas desde la capital
hasta el lugar de los Altos Hornos,
tienes que cruzar el desierto.
Cerca de la mitad del camino
es desierto, matorrales de espinas
y cadenas de cerros azules a ambas laderas del pavimento.
Indígenas del Norte,
Las mujeres con bultos humanos a la espalda,
marchaban a los Hornos del Norte
y jamás llegaron.
¿Caminan junto a su tribu cada noche?
¿Tienen algún sistema
y dejan las chozas para los que vienen atrás?